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Hambrunas guajiras

21 de abril de 2025 - 3:40 pm
Sembrar alimento en La Guajira es una actividad caprichosa y en desuso. El pueblo Wayuu lleva años experimentando hambrunas que algunas veces son menguadas por mercados y bonos del Gobierno central. ¿Por qué dejaron de brotar alimentos del desierto?
Patio de la casa de Zaida Cotes, palabrera, cocinera tradicional, guardiana de semillas, profesora, pueblo Wayuu. «Sacrificio del chivo para entender la importancia del aprovechamiento del animal: comimos caldo de cabeza, chanchullo, chanfaina y sacamos el cuajo para el queso». La Guajira, Colombia, 28 de marzo de 2023. Foto de Alejandro Osses.
Patio de la casa de Zaida Cotes, palabrera, cocinera tradicional, guardiana de semillas, profesora, pueblo Wayuu. «Sacrificio del chivo para entender la importancia del aprovechamiento del animal: comimos caldo de cabeza, chanchullo, chanfaina y sacamos el cuajo para el queso». La Guajira, Colombia, 28 de marzo de 2023. Foto de Alejandro Osses.

Hambrunas guajiras

21 de abril de 2025
Sembrar alimento en La Guajira es una actividad caprichosa y en desuso. El pueblo Wayuu lleva años experimentando hambrunas que algunas veces son menguadas por mercados y bonos del Gobierno central. ¿Por qué dejaron de brotar alimentos del desierto?

Las hambrunas siempre han fustigado a La Guajira, sin embargo, hoy son notorias por su difusión exhaustiva en los medios de comunicación y las redes sociales. La falta de lluvias y el nulo desarrollo de la agricultura abren paso al rosario de causales de la desnutrición entre los wayuus. Siglos atrás, cuando el verano arreciaba y la comida desaparecía, los indígenas emigraban a Venezuela en busca de la fértil ribera del río Limón y las estribaciones de la sierra del Perijá.

Actualmente, una nueva generación de wayuus, ignorando el saber ancestral, es incapaz de remediar el problema alimentario y esperan pasivos a que agentes externos a su comunidad solucionen sus necesidades.

Jesús Guaririyu, de ocho años, supo hace tres meses que el yosu, fruto del cardón, se come. Anteriormente cada padre les construía a sus hijos una lummía, la vara larga usada para tumbar esta pitaya roja que aumenta los niveles de hemoglobina en la sangre. En La Guajira abunda el cardón y la cosecha se da en pleno verano dos veces al año.

Antaño cada familia tenía una huerta y guardaba sus semillas en calabazos; aprovechando las lluvias se sembraba frijol guajiro, cuya cosecha se recoge a los cuarenta y cinco días. También se cultivaba auyama, patilla, maíz, yuca, millo, pepino dulce.

Leimar Epieyú me preguntó si la auyama se come con todo y cáscara: a sus seis años nunca había probado esta hortaliza.

Supe que ha fallado la transmisión de las prácticas culturales de una generación a otra porque reuní diez niños del delta del río Ranchería y todos desconocían la existencia de aves comestibles. Palomas, tórtolas y perdices son fuente de proteínas biológicas y cruzan los caminos guajiros por montones. Otrora, las aldeas wayuus exponían tendederos de palomas listas para engullir.

 

Plan de alimentación escolar

En los centros etnoeducativos de La Guajira a los estudiantes se les brinda desayuno, merienda o complementos que paga el Gobierno a través de operadores privados.

Un exalumno del internado de Siapana, en la Alta Guajira, expresó lo siguiente: «La rectora era una cachaca y nuestro alimento era lenteja con bollo, lenteja con arepa frita, a veces nos daban carne, pero siempre estaba con mal olor, la avena era simple y jamás comimos pollo o pescado. A la rectora la cambiaron y entonces la comida mejoró un poco».

Lorena, una lingüista de Bogotá que fue contratada como docente en Puerto Estrella, se devolvió al frío de la capital después de dos años porque le dolía en el corazón ver el tipo de alimentos que recibían los niños guajiros y no quería participar de esa componenda.

Una profesora de Riohacha contratada en Nazaret experimentó la misma angustia. Me contó lo siguiente: «Es increíble, pero vi que a los niños les daban arroz con salsa de tomate; ese menú no existe en el ICBF. Me sentí cómplice de tanta injusticia y renuncié».

Un líder natural de la zona norte extrema de La Guajira empezó a subir a su cuenta de Facebook fotos de las verduras y frutas podridas que les suministraban a los estudiantes. Entonces, los ataques de los operadores fueron feroces, los comentarios que compartían en la red social contra el joven eran denigrantes, atacaron su vida personal y el muchacho acalló sus denuncias.

En una sede satélite de un centro etnoeducativo de la zona rural de Riohacha fui a dictar un taller y escuché esta conversación entre la coordinadora del colegio y el representante del operador del comedor escolar: «¿Por qué han desmejorado la comida y han achicado las raciones?», reclamó la funcionaria. «Habla con tu rectora, a ella le dimos cuatro millones de pesos y ya cumplimos», respondió el otro.

En una escuela cercana a mi comunidad, los profesores, si no hay comida del Gobierno, despachan a los doscientos niños a las diez de la mañana. Fui a reclamarle a la Autoridad Tradicional, pues ella fue quien escogió a los docentes. Le dije: «¿Por qué permite solo tres horas de clases con la excusa de que no hay alimento del PAE?, ¿acaso cuando firmaron su nombramiento ante el Ministerio de Educación el contrato decía: “dictarán clases solo si hay refrigerio”? Los padres deben responsabilizarse de darles comida a sus hijos y es compromiso del maestro dar clases». Su respuesta fue: «Tú eres muy problemática».

El Pilotaje de Atención Integral es un programa gubernamental que reemplazó a la Unidad de Atención Integral Comunitaria (UAIC) y se encarga de entregar mercados crudos, bimestrales, a las familias. Estaba de visita en una ranchería cuando contratistas de la fundación que administra el programa en la zona le pidieron a la madre beneficiaria ponerse dos mantas distintas para tomarle dos fotos como evidencia de la entrega de los alimentos, o sea, con la misma ración contabilizaron dos entregas. No me pude contener y le dije: «Pero cambia también de peinado para que la foto sea perfecta».

«Los administradores de los programas de alimentos también tienen sus quejas», me explicó un exsecretario de educación del Distrito de Riohacha. «Ellos deben pagar a las autoridades wayuus para que les den su aval y así puedan desarrollar el programa en sus comunidades: le pagan al ICBF, pagan para que les giren los dineros y pagan a los rectores de las instituciones educativas. Tanto peaje redunda en detrimento del plato de comida que deben entregar».

«Conocí el caso de un operador que sufrió ataques de parte de la oenegé que perdió la licitación», narró el exsecretario. «Los derrotados contactaron a una persona dentro del centro etnoeducativo que, a escondidas, le quitaba la proteína a un plato que se ofrecía a los alumnos y le tomaba fotos que enviaba a la oenegé perdedora, quien las divulgaba diciendo que la ración era pésima. El objetivo era provocar que le quitaran el contrato al ganador».

Mercado de Uribia, La Guajira, donde el chivo es la mercancía principal, moneda de cambio y símbolo de abundancia. Un mercado donde todo el mundo tiene oportunidad de hacer algo. Foto de Alejandro Osses.
Mercado de Uribia, La Guajira, donde el chivo es la mercancía principal, moneda de cambio y símbolo de abundancia. Un mercado donde todo el mundo tiene oportunidad de hacer algo. Foto de Alejandro Osses.

Círculo de miseria

Laura estudiaba cuarto grado de primaria en la escuela de Pancho, era la única que sabía leer en su casa y tenía catorce años cuando se fugó con Andrés, de veinticinco, a quien conoció por Facebook. Los padres solicitaron la dote de Laura y los papás de Andrés entregaron diez chivos. Laura quedó embarazada muy pronto; ahora, como Andrés no tiene trabajo fijo,los padres de Laura deben enviarle todos los días unalmuerzo. Hoy su bebé tiene un año de nacido.

Las mujeres wayuus paren desde los trece años y tienen entre ocho y diez hijos, aunque se encuentran muchas con doce y quince hijos y es común que ninguno de los padres labore formalmente. «Muchas bocas para alimentar y sin ninguna entrada fija trae el raquitismo», dice María Apshana.

He visto niños de ocho años que parecen de cuatro y lo más alarmante fue una niña de dos años que parecía tener cuatro meses. Su mamá tenía nueve hijos y su esposo era ayudante de albañilería en Riohacha.

Carmen, del clan Uriana, trabaja en la Fundación Baylor Colombia, es enfermera y recorre las rancherías motivando a las jóvenes a ponerse el anticonceptivo reversible subdérmico, pero ellas no quieren. En la ranchería Flor de Olivo, Carmen logró poneralgunos porque les ofreció a las mujeres un mercado si permitían el implante de planificación.

Las mujeres prolíficas son abandonadas por los hombres picaflor que se marchan con nuevas esposas; debido a que la poligamia está permitida socialmente,los que no tienen remordimientos dejan a las féminas con la carga injusta de la manutención de los hijos. Así, el terreno está abonado para la desnutrición endémica.

 

Formación para vivir

Cuando la situación es grave todos debemos aportar. Es necesario que los profesores enseñen desde la escuela a sembrar hortalizas y gramíneas de corto tiempo aprovechando las lluvias, recuperando el conocimiento ancestral e implementando la educación propia.

Como el ecosistema terrestre guajiro está deteriorado, los jóvenes podrían comprometerse a repoblar el bosquecillo tropical que ha sido arrasado mayormente por la tala para producción de carbón de madera. Olivos, coas, dividivi, brasil, jovitas, cerezas, guamachos, todos estos son árboles nativos que no necesitan ser regados con agua y son muy resistentes a los fuertes veranos; cuando las plántulas son trasplantadas, ellos crecen autónomamente.

Meritorio en los padres es ser conscientes de la responsabilidad que adquieren cuando deciden formar un hogar con numerosos hijos. La responsabilidad personal con su progenie no se anula, es in sécula seculórum, y el padre proveedor es digno de admiración. Cae bien a las mujeres interiorizar que la planificación familiar no es perjudicial, sino factor de mejora en la calidad de vida. Hoy y siempre el facilismo anquilosa al hombre.

Del Gobierno es imprescindible el apoyo a los emprendimientos de las mujeres wayuus. Ellas poseen la vocación comercial. Rosa Epieyú, de Pipamana, viuda, con ocho hijos, vende pescado en el mercado viejo de Riohacha. Su capital son cincuenta mil pesos, pero a veces, cuando las brisas fuertes impiden que los pescadores wayuus se adentren en el océano y escasea el pescado, ella se come su capital y queda varada hasta que alguien le presta. Si tuviera un capital relevante, podría comprar peces grandes y ganar más. Por ahora, Rosa pervive.

Jairo Rosado, biólogo, investigador, autor de varios libros sobre plantas y seguridad alimentaria, docente de la Universidad de La Guajira, está seguro de que en el bosque nativo de La Guajira hay un potencial industrial para explotar, lo cual es una alternativa para generar ingresos que beneficien a las comunidades wayuus. El Estado debe tomar la iniciativa de esta industrialización.

La caza limitada era una actividad de supervivencia del wayuu; hoy, si alguno apresa un conejo, lo vende. También se comercia miel y cerezas, ricas en vitamina C y se compra arroz, espagueti, harina refinada, azúcar y atún enlatado. A veces, un almuerzo wayuu se compone de espagueti guisado con bollo de harina de maíz procesada.

Rebequita, veintiocho años, madre de cinco hijos, de la comunidad Popoya en el municipio de Manaure, se empleó en mi casa como cocinera y a los dos días enfermó del estómago: el malestar era evidente. Expresó que el mucho alimento la enfermó, pues en su hogar solo comían una vez al día.

El 79 % de los hatos caprinos de Colombia están en La Guajira (ICA, 2024). A mediados del siglo pasado los wayuus solo consumían queso de cabra y utilizaban la leche para preparar yajaushi, una mazamorra exquisita. Sheril Uriana, quince años, nunca ha visto un queso de cabra y creció rodeada de los rebaños de su tío paterno en la Media Guajira. A ella le fascina la gaseosa.

El árbol de trupillo crece exuberante en la península y su fruto tiene alto contenido de azúcares, fibra, proteína, vitaminas B1, B2, B3, B6 y E. Los ancestros nativos preparaban coladas con él. Hoy, el Prosopis juliflora, conocido como aipia entre los wayuus, se pierde en el suelo cuarteado de La Guajira.

Indígenas recolectores quedan pocos; las frutillas silvestres que ofrece la geografía son: coas, aceitunas, cerezas, uvitas de latas, mamoncillo, ciruela jova, baya shooü, iguarayas. Hubo en La Guajira plantíos de cocoteros que fenecieron y no se reemplazaron; el agua de coco es rica en carbohidratos y electrolitos como potasio, sodio y magnesio; los wayuus hacían aceites y con su concha lustrosos collares negros. Yordana Ipuana, de dieciocho años, jamás ha visto un collar de coquito.

En 2024, los huracanes del Caribe trajeron copiosas lluvias, pero pocos las aprovecharon. La tierra se quedó esperando las manos laboriosas que enterraran la semillas. En la Granja Apshana sembraron auyamas y aún en marzo de 2025 disfrutan de la hortaliza. «A los wayuus los mata la pereza», dice Gertrudis, de setenta y cuatro años, autoridad tradicional en la Media Guajira.

Esta nueva generación ignora todo lo que su tierra, aún de pobres nutrientes, puede producirle; tristemente espera la ayuda del Gobierno, concretada en un mercado o un bono subsidiario que le solventará dos o tres días el hambre y luego volverán a su letargo.

El saber ancestral, que venció la hostilidad del desierto, resistió la soledad y solucionó con sus métodos los desafíos de los siglos que le fueron ocultados a esta generación. El conocimiento antiguo que supo dar variadas respuestas a las incertidumbres de la nación wayuu se menospreció. En todas las sociedades de la tierra hay derechos y deberes y estos ayudan a crecer en dignidad y servicio mientras brindan satisfacción al espíritu humano. El alma wayuu merece despertar.

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