Quienes hemos ejercido el periodismo sabemos lo que es lamentarse por él. El cambio que trajo el siglo XXI a la circulación de las noticias, los reportajes y, en general, la «información de interés», ha obligado a este oficio a entremezclarse con la necesidad de generar impactos cuantitativos para generar remixes de su propio propósito. Estas exigencias, que además son multiplataforma, han hecho que, desde hace once años, con la viralización de Serial (2014), el podcast le haya abierto una puerta al periodismo, una oportunidad de adaptarse a las dichas exigencias sin sacrificar su propósito clásico: establecer una narrativa informativa, iluminadora y contrapoder. Estas fueron las cualidades que demostró el ganador más reciente del Premio Gabo en la Categoría de Audio: Humo: Murder and Silence in El Salvador (producido por Sonoro y la Revista Factum).
Son, también, valores a los que se acoge Bryan Avelar, periodista salvadoreño que narra la serie. Avelar debió exiliarse en México durante la producción de Humo debido a amenazas contra su vida, una realidad que han enfrentado otros cientos de periodistas salvadoreños en los últimos años.
Humo parte del hallazgo y la investigación de una fosa común en la ciudad de Chalchuapa, en El Salvador, a partir de la denuncia por la desaparición y el asesinato de la joven Jacqueline Lima. No hay que escuchar mucho de la serie para entender que la historia se expande: ahonda en cómo se relacionan la violencia estatal, las desapariciones de ciudadanos en medio de la violencia de pandillas y las políticas de seguridad represivas y la censura al periodismo a manos del gobierno de Nayib Bukele. Bukele está en el poder desde el 2019 y, desde 2022, instaló un régimen de excepción que ha dado pie a detenciones arbitrarias y muertes bajo custodia; y el pasado 31 de julio, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó una reforma exprés a la Constitución que permite la reelección indefinida. Curiosamente, ese día era el Día del Periodista en El Salvador. En medio de dichos trámites, la administración de Bukele no ha unificado cifras al respecto, pero la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho había identificado 2400 casos de desaparecidos que, hasta 2024, no habían sido localizados.
Así, a lo largo de sus ocho episodios, Humo revela un país atrapado entre el crimen organizado y un gobierno que, mientras promete seguridad, silencia voces críticas, restringe libertades y amenaza a cualquier expresión disidente. Por esto, además del Premio Gabo en Audio que recibió en julio de 2025 (mismo mes en el que la Asociación de Periodistas de El Salvador denunció que al menos cuarenta periodistas debían irse al extranjero por amenazas y falta de garantías), Humo fue galardonado con el Premio Ambies a Mejor Pódcast Narrativo en Español (Estados Unidos) y con el Premio Ondas Global del Pódcast a Mejor Pódcast Narrativo de No Ficción (España), los premios más importantes de Estados Unidos e Iberoamérica en lo que respecta al formato.
Avelar es un periodista especializado en la cobertura de violencias («entendida la violencia como el uso del poder de los más fuertes sobre los más débiles», explica), particularmente de la violencia de pandillas y crimen organizado en El Salvador, Honduras, Guatemala y, ahora, en el sur de México. Como reportero independiente, ha publicado en The New York Times, Insight Crime y es colaborador frecuente de El País de España. Está convencido de que los periodistas nunca deberían ser el centro de una historia, a menos que esta contribuya a que su audiencia pueda entender una realidad, y de que son los historiadores del presente. Una de esas historias del presente en las que está trabajando es la de la migración herida que pasa por Tapachula, al sur de México, a donde fue poco después de su exilio para seguir ejerciendo su trabajo: el periodismo. En sus propias palabras, «en los últimos cinco años, por Tapachula han pasado personas de 165 países del mundo, de los cinco continentes. Si Nueva York es el lugar donde todo el mundo quiere ir a cumplir sus sueños, Tapachula es la ciudad donde todo el mundo llega con sus sueños destruidos».
Conversamos con él sobre las implicaciones y las preguntas que genera narrar una historia desde los testimonios de las víctimas y desde la vivencia propia, vivir y reportear El Salvador desde el exilio y el audio como mecanismo para revivir el valor del periodismo y la denuncia social.
¿Hay algún aspecto de la realidad de El Salvador que crees que no se está cubriendo lo suficiente en este momento?
Creo que el tema del autoritarismo de Nayib Bukele es importante de cubrir, por supuesto, pero ha copado tanto la conversación que hemos dejado fuera temas tan importantes como el de que los recursos naturales están siendo entregados a manos de privados. No estamos cubriendo eso lo suficiente. Uno que lo estaba haciendo era Mala Yerba. Por ejemplo, no le estamos prestando la debida atención a lo que va a ocurrir con la minería metálica en El Salvador, que ya fue aprobada nuevamente (y que había sido prohibida en 2017 por efectos nocivos al medioambiente y a la salud). El destruir la naturaleza de El Salvador es un hecho que no va a tener un remedio ligero.
En el pódcast contás cómo te interesaste en ser periodista. Que primero querías ser escritor de ficción pero después te diste cuenta de una idea que comparten muchas personas de nuestra región: que, en Latinoamérica, «la realidad supera a la ficción». ¿Qué significa eso exactamente para vos?
Inicialmente, cuando yo decía que quería escribir, quería escribir historias extraordinarias, historias que dejaran una huella, una marca en quien las leyera. Pero me di cuenta de que en mi país no hace falta la creatividad para contar historias que logren ese propósito.
No digo que la literatura de ficción no sea necesaria. Como decía Vargas Llosa: los humanos somos adictos, digamos, a las ficciones, a las historias. Yo creo que eso lo traemos en nuestro ADN, pero cuando digo esta frase de que la realidad supera a la ficción es porque hay historias bien impresionantes que además son importantes para mí. Y por eso es que yo entonces decido ser periodista. Por historias como la de Humo.
Y, pensando justamente en esa idea de que la realidad supera a la ficción, ¿cómo te sentiste cuando te propusieron que contaras más de tu vida personal en el podcast? ¿Qué sentís que tuviste que reconstruir de esa vida (que es un proceso que funciona tanto para la ficción como para la no ficción)?
Soy partidario de que los periodistas no debemos escribir las historias mirándonos al ombligo. Solo debemos hacerlo en caso de que sea necesario. Y ese fue el caso de Humo: lo que hicimos fue poner mi historia al servicio de una historia más grande. Yo no tengo familiares desaparecidos, nunca los he tenido… por suerte, quizás. No quiero compararme con lo que tantas personas han tenido que sufrir en El Salvador. Pero digamos que me acerco mucho a los personajes de Humo y, como periodista, termino siendo afectado por el régimen que se estaba instaurando en ese momento.
Entonces… fue difícil contar mi historia, realmente. Fue una pelea que tuvimos con el equipo de producción durante mucho tiempo, no una, ni dos, ni tres, ni diez veces, más. Cuando el guion ya estaba aprobado por completo, la productora me decía: «Vaya, pero si ya habías aceptado esta frase y ahora ya no…» Y yo respondía: «No, no quiero decir esto, no puedo». Me sentía expuesto.
Hay un recurso que siempre rescato de la narración en audio cuando se trata de estar al servicio del periodismo: las fuentes pueden darte más fácilmente su testimonio sin exponer sus rostros. ¿Creés que haberla hecho en este formato contribuyó a que tus entrevistados pudieran contar sus historias?
Definitivamente. Ahora entiendo que hay historias que ellas mismas dicen cuál es su formato. Hay otras historias que pueden ser reconstruidas en texto. Pero en el caso de Humo es una historia que creo que si no se intimara tanto con la audiencia, si uno no se acercara al oído de las personas a contarles esta historia, no tendría el impacto que ha tenido. Si lo hubiera escrito sería un producto totalmente diferente.
¿Cuál fue tu primer acercamiento a la historia de la fosa común? ¿Cómo cubrían la prensa y los medios ese hecho en El Salvador?
Fue una noticia que le dio la vuelta al mundo, no solamente en El Salvador. Medios internacionales también hicieron eco de lo que de lo que había ocurrido, que no era para menos: en el patio trasero de la casa de un ex policía había hasta cuarenta cadáveres, la mayoría de mujeres jóvenes. Las primeras coberturas las hice en la Revista Factum, donde trabajaba antes. Fui a la calle donde identificaron la fosa a reportar muchas veces, pero me interesé en el asunto todavía más cuando vi una escena muy dramática: un grupo de madres llegando desde todas partes de El Salvador con la esperanza de encontrar a sus hijos muertos ahí. ¿Qué tan jodido tiene que estar un país para que un hoyo de muertos despierte esperanza en la gente? ¿Qué tan horrible tiene que ser la situación en un país para que una madre diga «ojalá mi hijo desaparecido esté ahí, ojalá lo haya matado un policía»?
Entonces, publicamos algunos artículos más al respecto. Hasta que, en un momento, en Factum dimos con el documento con la confesión del asesino. Un documento que contenía un montón de infamia, dichas por ese tipo, que no sabíamos si estábamos dispuestos a replicar. Pero sí que era muy importante que se conociera esa verdad, o al menos decir: «Esto es parte de la verdad». Así que lo publicamos. Y lo que creo que realmente tuvo más impacto y cambió totalmente el tablero fue cuando la Fiscalía de El Salvador ordenó a través de una orden judicial que bajáramos la confesión que habíamos publicado. Es ahí cuando le empezamos a meter más cabeza a toda la investigación de Humo.
¿Cómo manejas el poder del periodismo hoy para intentar hacer una diferencia en las vidas de las personas, dado que el límite del ejercicio, en países como El Salvador, parece ser cada vez menos maleable?
Los periodistas exiliados lo que estamos haciendo ahora mismo es mirar experiencias de colegas de Venezuela, de Cuba o de Nicaragua que han tenido que dejar el país y que han creado un método para reportar un país desde el exterior. Los periodistas salvadoreños estamos inventando un nuevo método para hacer periodismo desde afuera. Eso es lo que vamos a hacer en los siguientes años: crear una nueva forma de seguir contando este país.
Es un poco contradictorio esto que voy a decir, pero a medida que el régimen vaya llenando de temor a la gente, va a haber más personas que van a salir de esa lógica de vivir solamente en el miedo, bajo la opresión, y van a decidir hablar. Son las fuentes locales las que nos alimentan desde allí sobre lo que está pasando, así que internet es fundamental para ser reportero en un país desde fuera. Pero también están los periodistas que quedan en El Salvador, los valientes que están todavía ejerciendo desde allá.
Tus entrevistados son víctimas de muchos tipos de violencia. ¿Qué te genera pensarte en estos términos?
En mi caso, estamos hablando de mensajes de odio desde posiciones públicas, desde la Presidencia de la República, del mismo presidente en sus cuentas y en sus redes sociales, que me ha señalado directamente a mí con mi cara como una especie de enemigo público. En ese sentido sí creo que soy víctima, porque soy receptor de un tipo de violencia, en este caso, del Estado. He tenido que pasar algunas circunstancias que no son para nada agradables: tener que salir de mi país, tener que dejar cosas. Solo yo sé cuánto me costó construir todo lo que había hecho en mi país: mis cosas, mi cotidianeidad, mi vida misma.
Pero no me estoy comparando con otras víctimas ni con sus experiencias. Cuando llegué al aeropuerto de Ciudad de México, recién llegado de El Salvador, la productora me recibió con el micrófono grabando. Tuve esa sensación de ver a alguien llegar con una grabadora a querer contar mi historia en un momento en que yo no la quería contar. Así que este proceso me ha hecho empatizar mucho con lo que han vivido tantas personas que han tenido que emigrar de El Salvador. Y, al final, resulta que esa historia que he vivido es útil también para intimar con el oyente.
Me pregunto todos los días si hacer periodismo vale la pena… y la respuesta siempre es sí. Porque aunque ahora hay una circunstancia muy particular en El Salvador con los periodistas, también soy una persona de muchos privilegios y de mucha protección de la que a veces otras personas no gozan. Hay tantas millones de personas que están viviendo tantas vejaciones frente a mí, que si yo tengo la facilidad de contar sus historias y de dejar registro de sus historias, lo haré. No tengo el derecho a dejar de hacer mi trabajo.
Cuando hablo con víctimas me suelen preguntar a mí de qué me sirve que publique su historia y la respuesta más honesta que he encontrado en todos los años de hablar con víctimas es la siguiente: «Probablemente lo que yo escriba no va a cambiar tu vida. Ni un ápice. Pero hay dos opciones. Lo que te pasó puede quedar el silencio, eternamente escondido, o podemos dejar registro de eso que te pasó y de quiénes te lo hicieron». Y creo que eso vale la pena responderlo.
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