ETAPA 3 | Televisión

«No hay éxito que no sea capitalista»: un encuentro con Manuel Vilas

21 de mayo de 2025 - 1:40 pm
El autor español, que alcanzó la fama mundial por su novela Ordesa, presentó en la FILBo 2025 El mejor libro del mundo, una obra de no ficción en la que reflexiona sin filtro sobre la cara más material de la gloria.
Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Foto de Carlos Ruiz, cortesía de Planeta.
Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Foto de Carlos Ruiz, cortesía de Planeta.

«No hay éxito que no sea capitalista»: un encuentro con Manuel Vilas

21 de mayo de 2025
El autor español, que alcanzó la fama mundial por su novela Ordesa, presentó en la FILBo 2025 El mejor libro del mundo, una obra de no ficción en la que reflexiona sin filtro sobre la cara más material de la gloria.

Hambriento del éxito como novelista, J.D. Salinger debutó en 1951 con El guardián entre el centeno y entró así, a los 32 años, en el canon de la literatura occidental del siglo XX. Pero aquella gloria enorme lo espantó y se aisló hasta morir de viejo.

Al español Manuel Vilas (Barbastro, 1962) también se le vino la gloria encima cuando publicó Ordesa en 2018. Ya era un poeta reconocido, pero esa novela sobre la muerte de sus padres le significó un reconocimiento mucho mayor. Primero en ventas. Primero en listas. Parte de los mejores veinte libros en español del siglo XXI. Desde que publicó Ordesa, quien era un profesor de colegio no ha parado de viajar, de responder entrevistas y, en un caso opuesto al del huraño Salinger, de entenderse con las manifestaciones más materiales de la fama: buenos hoteles, buena comida, buenos aviones. Es un vuelco que él mismo busca explicar en El mejor libro del mundo —su obra más reciente, publicada por Ediciones Destino en 2024— en la que define lo que le pasó de forma fabulesca: «Me hice visible ante el capitalismo y este me saludó».

―Me cogió justito, porque un poco más y me muero sin que me salude ―me responde cuando le menciono esa frase.

Ese «me muero» es porque estaba por suicidarse cuando comenzó a escribir Ordesa, hace ya diez años. Lo confiesa en su nuevo libro, aunque, ahora que lo constata, parecía estar esbozado en el inicio desesperanzado de esa novela:

«Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré.

Nunca lo soporté».

Estaba por morirse o por matarse, pero vivió para contar lo que vino luego, que no solo fue el éxito, sino sus sinuosidades. Dice en El mejor libro del mundo que la euforia bajó y, con eso, el lujo de los hoteles en los que lo hospedaban. Aún así, en su visita a la Feria del Libro de Bogotá me recibe en el Hilton.

Nos han dado un espacio en el segundo piso, en una mesa separada del resto del mundo por una cortina. Vilas llega de blazer negro, camisa blanca que le deja algo del pecho al descubierto, tenis y un pelo entrecano peinado en una cresta cuidada y tímida, de punkero amansado. Es más un rockero, devoto de Lou Reed.

―Dices que has notado cómo se han ido bajando los privilegios a medida que el éxito de Ordesa va quedando cada vez más atrás, pero te estás hospedando el Hilton.

―¡De milagro! ―dice riendo.

―A propósito, El mejor libro del mundo está lleno de hoteles, de tu paso por decenas de habitaciones y de restaurantes de hoteles en los que puedes comer a tus anchas. Describes el éxito en un sentido meramente capitalista.

―Es que no hay otro éxito.

―¿Y cómo la vas con eso?

―Pues es una lucha. A ver, todos estamos allí. Yo lo único que hago es decirlo. Todo ser humano necesita salir adelante con esta estructura socioeconómica en la que vivimos. Necesitas tener una casa, pagar la luz, pagar tu ordenador, pagar tu ropa, tu comida, ir un poco hacia adelante en la profesión que tienes. Eso es lo que se llama salir adelante.

―Pero lo tuyo tiene que ver con las mieles del privilegio.

―Te puede volver loco, ¿eh? Yo vengo de una familia muy humilde. Cuando con Ordesa triunfé, pues de repente me empezaron a pasar cosas que en mi vida me habían pasado nunca. Yo había tenido un trabajo de profesor de secundaria y, de repente, pues me llevaban a un montón de sitios, a un montón de viajes. Y empecé a alucinar. A sorprenderme, por ejemplo, con los bufés libres de los desayunos. Lo muerto de hambre habita en mi código genético. Es la idea de alguien que no ha visto nunca excedente. Y de repente lo ve y se queda con la boca abierta.

―Tu libro tiene eso: una exposición de ese que llamas saludo del capitalismo, que llega en formas muy atractivas.

―No quiero criticar a nadie, pero veo que muchos escritores no quieren señalar la cara B de su oficio ―anota Vilas, ya más serio―. La cara B es: hay muchos escritores que venden muchísimos libros y se empeñan en seguir hablando de lo grande que es la literatura. Y es verdad que es grande la literatura, pero luego todo pasa por caja. O sea, todo factura. Tienes por ahí a gente diciendo que es maravilloso leer, y es verdad que es maravilloso leer, pero lo dicen porque luego les pagan por decir eso.

―¿Ves al escritor como a un vendedor?

―Mi padre era viajante, era vendedor de cosas. Y yo soy vendedor de libros. Los escritores vivimos de vender libros, y cuando no vendemos libros, no nos llevan a ningún sitio. No vamos a feria. Nos dejan en casa para que nos muramos allí.

―Y estando metido en esa lógica cruel, confiesas en el libro: «tengo miedo a que la literatura me abandone».

―Yo estoy en la literatura porque a mí me apasiona la vida. Soy un gran vitalista. A mí lo que me interesa es la vida. He amado tanto la vida que he tenido que convertirme en escritor para decir lo que la amo. Entonces, si la literatura me abandona, quiere decir que me ha abandonado la vida, que la vida ya no me está comunicando nada. Porque vida y literatura son lo mismo. Si me abandonan las palabras, es que la vida ya no me dice nada.

Está bello eso, le digo. Con palabras parecidas lo dice también en su libro, que tiene momentos luminosos, sobre todo cuando aborda esto de lo que venimos hablando. Pero El mejor libro del mundo es irregular. Aunque Vilas lo definió en otra entrevista como «libérrimo y salvaje», le cabe mejor otro adjetivo que él mismo usa en este libro para definir su escritura: locuaz. Este es un libro tremendamente locuaz, que discurre sobre tal cantidad de anécdotas y reflexiones, yéndose tantas veces por las ramas, que es posible concluir que en muchas ocasiones las palabras están puestas como mero divertimento y no por la fuerza de la necesidad ni de la estética. La escritura en Ordesa ―punto de referencia inevitable en la narrativa de Vilas― también se ramifica, va y vuelve, y es claro que esa es una marca de autor, pero hay allí mucha más consistencia y, por lo tanto, menos deriva que en esta nueva obra.

«Yo vengo de una familia muy humilde. Cuando con Ordesa triunfé, pues de repente me empezaron a pasar cosas que en mi vida me habían pasado nunca. Yo había tenido un trabajo de profesor de secundaria y, de repente, pues me llevaban a un montón de sitios, a un montón de viajes. Y empecé a alucinar. A sorprenderme, por ejemplo, con los bufés libres de los desayunos. Lo muerto de hambre habita en mi código genético. Es la idea de alguien que no ha visto nunca excedente».

 

El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, fue publicado por Ediciones Destino en 2024.
El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, fue publicado por Ediciones Destino en 2024.

Vilas va de su pasado con las drogas y su presente con los medicamentos ―que para él son lo mismo― a su depresión y la disfunción eréctil, pasando por su perro Golo, la relación con las básculas («me peso todos los días»), la importancia de ser guapo, el tamaño de su cabeza, la amante que le confesó haberse acostado con más de doscientos hombres o el pene del fallecido papa Benedicto XVI.

―Hay partes del libro en las que uno dice «este hombre está muy roto». Pero hay otras que parecen meros divertimentos tuyos. Lo del pene del papa o…

―O sea, es que eso es muy importante ―interrumpe Vilas―. A ver, este señor nuevo, el papa nuevo [León XIV], pues tendrá que ir a mear, ¿no?

Se reacomoda en su silla y, para decir lo que viene, separa las piernas y con ambas manos se señala la entrepierna.

―Y cuando vaya a mear ―sigue― se mirará la pichula y dirá: «¿y esto qué es? ¿Qué hago yo con esto? Esto no me lo puedo tocar porque yo soy célibe». Y, sin embargo, ahí está. Es una comedia, ¿ok? No cabe más que invocar el sentido del humor.

Vilas dice esto invadido de risa y me río de su mímica y de su propia risa. Está bien, pienso: no hay temas vedados. Además, uno tan serio disfruta cada tanto este nivel de desenfado, que además él reviste de sentido cuando en algún momento dice que «este libro está escrito contra dos cosas: la superstición y la solemnidad». Pero agradezco que, menos mal, en este libro él también habla de Kafka.

Se refiere a muchos escritores: Roberto Bolaño, Javier Marías, Jorge Manrique, Fernando Marías, Rimbaud, Juan Benet, Rilke, Ana María Navales, Borges, Kundera, Annie Ernaux. Pero Kafka es central. Retomo por ese lado:

―Noto un contraste en tu devoción por Kafka. En el libro admites que no puedes escapar de la necesidad de reconocimiento, y Kafka es, por antonomasia, el escritor que eludió el reconocimiento. ¿Qué te interesa de él?

―Kafka es el escritor más importante que he leído en mi vida. A mí, modestamente, me pasó lo mismo que a García Márquez cuando lo leyó. Pensé: «si esto es literatura, yo también quiero hacer esto». Kafka es un escritor que te enseña las posibilidades infinitas de la literatura. En él hay una cosa que me chiflará siempre: la presencia de la sobrenatural, que no se sabe de dónde viene, no se sabe qué es. Kafka es un misterio permanente. Invoco a Kafka todos los días. Es verdad que no profesionalizó su literatura. Estaba tan obsesionado con encontrar su identidad a través de la literatura, que no le vio función social. Su literatura la pensó como carente de función social. Era un acto de introspección profunda, ¿no?

―¿Y para ti la literatura sí tiene esa función social?

―Yo soy muy kafkiano, aunque sí le he dado una función social a mi literatura porque de algo tengo que vivir. Pero, probablemente, si Kafka hubiera vivido más años, al final lo habría hecho.

―Que te guste tanto también es llamativo porque todo indica que él no tuvo la intención de escribir «el mejor libro del mundo». Tú titulaste así tu libro como una forma de jugar con una aspiración que, dices, tiene todo escritor. ¿Pero será una aspiración vigente? La muerte de Vargas Llosa en un momento en el que está en auge lo independiente y alternativo pareciera también significar que la intención de escribir novelas totales ha quedado atrás para darle paso a relatos mínimos, no malos ni carentes de virtuosismo, pero sí elaborados sin esa pretensión de impacto universal.

―Yo creo que un escritor sale a jugarse la vida, como en la tauromaquia: tienes el toro ahí, que te puede matar. Tienes que arriesgarlo todo. Este es un oficio peligroso, que está lleno de suicidas. Todo escritor que escribe una novela tiene que pensar que va a escribir la mejor novela del mundo.

―¿Lo dices en términos de ambición literaria?

―Más, fíjate, lo digo como riesgo: me voy a jugar la vida intentando escribir el mejor libro del mundo. Voy a fracasar y voy a sufrir porque es evidente que no lo voy a conseguir. Pero va a ser un fracaso resplandeciente.

―Es duro porque dices que todo escritor, además, está destinado al olvido.

―No es nada que no sea verdad, ¿eh?

―Lo que veo es que eso tiene que ver con el párrafo que pones como epígrafe del libro, sacado de Los detectives salvajes de Bolaño, que en una parte dice así:

«Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola (…). Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas (…)».

―Esa cita de Bolaño es muy importante. Normalmente se la salta todo el mundo y en realidad el libro es el desarrollo de esa cita. Evidentemente, salvo los grandes triunfos de la literatura como Cervantes, Dostoyevski, García Márquez, Kafka, Proust, todos los demás están en el olvido, ¿vale? Hay escritores nacionales. Por ejemplo, en España leemos mucho a Miguel Delibes, y en Colombia leeréis, no sé, a escritores que no son García Márquez. Pero cuando un escritor consigue la universalidad… La palabra kafkiano se dice en cien lenguas. Cuando todo el mundo dice «esto es kafkiano», Kafka vive, eso es un triunfo de la literatura, es un triunfo de la vida. Y aunque yo no lo vaya a conseguir, que lo hayan conseguido Kafka y estos otros es maravilloso para mí, porque yo creo en la literatura y eso es un triunfo de la literatura. El olvido es cuando no se ha producido ese triunfo.

Parece un final apropiado. Le agradezco a Vilas y nos damos la mano para despedirnos.

De la nada, recuerdo algo distinto, como podría pasar en un párrafo suyo. Recuerdo que en su libro habla de su pulsión por robarse los calzadores que se encuentra en los hoteles. ¿Hay calzadores en el Hilton?

―No hay, no hay. Mira, lo he buscado ―admite―. Te digo que he abierto el armario y no había calzador.

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