El 13 de junio de 1954, cuando nació la televisión en nuestro país, en la primera emisión ya aparecía esa alma de cuentachistes con Estampas colombianas de Emeterio y Felipe, Los Tolimenses. Reconocernos pasa por mirarnos en ese humor y ese modo de reír.
Reír es tan importante en Colombia que las telenovelas se volvieron comedias con éxitos sublimes: Yo soy Betty, la fea (1999) de Fernando Gaitán, Pedro el escamoso (2000) de Dago García y Felipe Salamanca o El man es Germán (2010) de Juan Manuel Cáceres.
Una nación de risas que se ha expresado en Yo y tú (1956-1976); Operación Ja-ja (1970-1971); Sábados felices (desde 1972); Salustiano Tapias y El maestro Talavera, de Martínez Salcedo (años sesenta); Dejémonos de vainas (1983-1998) de Romero Pereiro; Romeo y Buseta (1987-2003) de Pepe Sánchez; Vuelo secreto (1992-1999) de Mario Rivero; Zoociedad (1990) y ¡Quac! El Noticero (1995) de Jaime Garzón; Hombres (1996) de Mónica Agudelo; El siguiente programa (1997) de Martín de Francisco y Santiago Moure.
Humor del bueno
El humor del bueno, que ironiza el poder con el lenguaje, los personajes y los formatos, el humor de Jaime Garzón, a ese humor lo mataron porque nuestros poderosos no saben reír. Y es que el humor es algo que los autoritarios y maleantes poco aceptan porque no entienden que, en los juegos de sentido, está lo humano. Con Garzón se mató una forma de pensar en Colombia: la disidencia sabrosa.
Si tuviéramos buen humor, nos reiríamos de nosotros mismos, practicaríamos la autocrítica, seríamos capaces de pensarnos en la risa. Por ahora solo tenemos una nación cuentachiste. Vaya patria tonta.
Humor del malo
La risa que nos quedó de herencia se hace vida en Sábados felices. Esa costumbre nacional demuestra que somos una nación de humor del malo, una nación de cuentachistes.
Sábados felices se define como la «universidad del humor». Y a fe que lo ha logrado: su mal humor es ahora tendencia nacional en todos los programas de radio, televisión, influencers y animadores nacionales. Toda una prueba irrefutable de que los colombianos no tenemos buen humor. Desde allí nos mostramos como ese país patético que goza a costillas del otro.
Que el chiste sea nuestro género preferido para pensarnos como sociedad no es culpa de Sábados felices, es que somos así: una patria donde los políticos viven haciendo y diciendo chistes, los periodistas y locutores chistean, los influencers son un chiste, los conferencistas hacen chistes, para enamorar chistiamos. Todo por un chiste.
Que en Colombia pensemos en modo chiste no es tan terrible ya que nuestro modo de convivir es la risa. Somos el país que ríe. Reímos mucho. Nos reímos de todo.
El único problema es que ese amor por el chiste es mal humor. Exhibimos una risa basada en el bullying, la montadera, el morbo, la sexualización, el machismo, el racismo, la homofobia, la pobreza idiomática, la parodia burlesca, el grotesco cotidiano, la discriminación. Ante la ausencia de sentido, información, conocimiento, ejercemos la ignorancia y se la montamos al otro. Una forma de «mostrarnos» superiores desde la ignorancia. Vaya patria boba.
Sábados felices nos espejea en chistes y risas que celebran nuestras violencias cotidianas, hechas de las diversas formas de machismos, burlas de las diversidades sexuales, sexualización de las mujeres, racismo contra afros, indígenas y boyacenses, xenofobia…
Nos resulta muy colombiano porque practica semanalmente todo un manual de discriminación y violencias. Todo por la risa fácil y sin ironía. La crítica no es a Sábados felices, es al nosotros (los colombianos) y nuestros modos de reír y hacer humor. Tenemos mal humor porque somos incapaces de ejercer y comprender la ironía.
Humor involuntario
Ya no tenemos a Garzón, pero para salir del mal humor, nos queda la telenovela. El formato que siempre nos salva: como los noticieros no cuentan al país, la telenovela sí lo ha hecho; como somos muy conservadores, la telenovela nos libera con sus historias; como no sabemos reír, la telenovela nos documenta en nuestro humor involuntario, ese de la vida cotidiana.
La telenovela asumió el tono de comedia como prioritario para contar historias porque en Colombia todo conflicto se resuelve con humor. Creamos telenovelas/comedia, un formato heredero del éxito de Pedro el escamoso y que se repite casi de la misma manera con Los Reyes, Nuevo rico, nuevo pobre, Vecinos, Muñoz vale × 2, Bermúdez, Las detectivas y el Víctor, Los hombres las prefieren brutas, La bella Ceci y el imprudente, El encantador, Chepe Fortuna, Clase ejecutiva, El secretario, Los canarios, Germán es el man, ¿Dónde carajos está Umaña?, Pobres Rico, Amo de casa o Rigo.
La forma en que la telenovela asume la resolución de los conflictos con humor reflexiona sobre nuestros modos de convivir, ya que nos afirma que el humor es necesario ante la tragedia nuestra de cada día (Mauricio Navas Talero), sobre cómo para sobrevivir debemos olvidar o reír (Dago García), sobre cómo lo ingenioso es una manera para no enfrentar o resolver los problemas (Vladdo), amén.
¿Mucha risa?
Tres humores distintos, tres naciones: la Colombia cuentachiste ignorante que celebra la xenofobia y la burla del pobre, el clasismo, el racismo, el machismo; la Colombia que se hace ironía y critica al poder, las élites y sus modos históricos de joder a la sociedad; la Colombia de humor involuntario que cuenta historias de mujeres poderosas y machos básicos, precarios y niñetes que para salir de la tontera son dicharacheros, abusivos, montadores, torpes, culebreros, sin ideas pero carretudos, tiernos y hasta encantadores. Este macho del que todos se ríen es el personaje más recurrente y exitoso de la ficción televisiva nacional, tal vez, porque se parece mucho al macho colombiano que conquista a punta de chistes y carreta. Un macho sin atributos.
Somos una nación donde reinan los machos patéticos y sobrevivimos a punta de mujeres berracas y ambiguas. Y eso se puede leer en el humor televisivo. Tal vez, no tenemos tan mal humor, sino uno muy bueno que nos espejea como somos.
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