Hace un par de años, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona se llevó a cabo una exposición sobre Marte. Todo lo que vi entonces me pareció más conocido, más familiar, mentalmente más cercano que lo que descubro ahora en Amazonias. El futuro ancestral. Existe un desajuste fuerte, por tanto, en la formación del sujeto occidental, incluso si ha viajado por vastas regiones de América Latina. Un desajuste o fallo del sistema que propicia la frecuentación, en lecturas textuales y audiovisuales, de escenarios remotos de ciencia ficción, mientras le oculta planetas fascinantes que forman parte de la propia Tierra. Y que son esenciales para su plena existencia.
La sospecha es, como siempre, política. A las corporaciones norteamericanas les interesa que miremos hacia la Luna y hacia Marte mientras arrasan la Amazonia. Los propios países que comparten ese gigantesco territorio, no obstante, también han exportado películas, series o novelas sobre todo urbanas, andinas o costeñas. En el centro conceptual de la exposición se sitúa —en el centenario de su publicación— La vorágine, del escritor colombiano José Eustasio Rivera, que sí narró el extractivismo del caucho amazónico y sus demasiadas muertes en el cambio del siglo XIX al XX. Pero, al igual que ocurrió con el escritor peruano José María Arguedas, que desarrolló en su narrativa la cosmovisión y los ritmos aborígenes, o con Miguel Ángel Asturias, que hizo lo propio con la tradición maya, el impacto de sus maestrías fue neutralizado por la visibilidad internacional de la literatura latinoamericana del realismo mágico, más o menos caribeño, y por novelas metropolitanas como Rayuela, de Julio Cortázar, o La ciudad y los perros y Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa (cuyas novelas de ambientación amazónica no son tan canónicas). En el cambio de siglo, con Roberto Bolaño, la atención se desplazó hacia la dictadura chilena, la frontera de México con Estados Unidos, el exilio. Y ahora Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Mónica Ojeda, Juan Gabriel Vásquez, Gabriela Wiener, Lina Meruane o Mariana Enríquez también trabajan en diversas topografías de América Latina que rodean la Amazonia, sin abordarla. Lo mismo se puede decir del cine: Amores perros, Relatos salvajes y Ciudad de Dios, por citar tres de las películas más celebradas, se sitúan en puntos alejados de ese agujero blanco.
A las corporaciones norteamericanas les interesa que miremos hacia la Luna y hacia Marte mientras arrasan la Amazonia. Los propios países que comparten ese gigantesco territorio, no obstante, también han exportado películas, series o novelas sobre todo urbanas, andinas o costeñas.
Por todo ello, al entrar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, constatas enseguida que Amazonias es una exposición importante y —perdón por el tópico, que en este caso es cierto— necesaria. El pulmón del mundo ha sido escasamente narrado con gran repercusión más allá de sus propias fronteras, de modo que nos encontramos ante un dispositivo narrativo y visual que abre un espectro de nombres y referencias, que despierta el interés por una constelación poco conocida. Junto con La vorágine y sus traducciones y adaptaciones se exponen los libros de Arturo Hernández y otros autores que hicieron de la región su horizonte narrativo. La escritora y documentalista brasileña Eliane Brum vive en la ciudad selvática de Altamira y defiende que ante el cambio climático y la deriva neoimperial, la única opción es recentralizar el mundo, considerando a los grandes biomas como las capitales legítimas del planeta. Junto a ellos, la museografía te invita a descubrir a personalidades, individuales y colectivas, que se expresan en primera persona del singular o del plural, de algunas de las comunidades emblemáticas del territorio que se reparten Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Guyana, Surinam y Guayana Francesa.
El recorrido comienza, de hecho, con una declaración de intenciones, un manifiesto político. Los primeros textos de sala que te encuentras están escritos en la lengua indígena tukano, y aparecen, en un cuerpo de letra inferior, traducidos al catalán, el castellano y el inglés. Se trata de relatos cosmogónicos y de visiones del mundo natural que nos sumergen en el tabaco, en la coca, en una atmósfera de entidades más que humanas; pero también, unos metros más allá, en la constatación de que aquellos bosques tropicales son «un producto social y resultan de la combinación de procesos biofísicos y acciones humanas, premeditadas o no», como escribe Eduardo Góes Neves. La arqueología contemporánea ha demostrado que la Gran Amazonia es una región habitada desde hace trece mil años, donde se han producido innovaciones tecnológicas relevantes (inicio de la domesticación vegetal, producción independiente de cerámica), y que en el siglo XVI llegó a unos nueve millones de personas. No es un espacio virgen, sino promiscuo; no es un paraíso impoluto, sino un palimpsesto profundamente cultural.
La gran sorpresa que aguarda al visitante tiene que ver con los grandes núcleos poblacionales de la actualidad: Iquitos, Manaos, Leticia, Santarém, Macapá. Las ciudades de la selva han crecido y albergan centros culturales, formales e informales, donde han surgido tanto proyectos performativos queer o de arte urbano como de la cumbia amazónica, con canciones emblemáticas como «La danza del petróleo», de Los Mirlos. Contra los imaginarios al uso, contra las postales de vidas puras y primigenias, por tanto, la exposición demuestra que nos encontramos ante una cultura multidimensional, en la que los árboles y las micorrizas, los alimentos, rituales y artes tradicionales, conviven con la construcción del paisaje, las tecnologías más diversas, el arraigo metropolitano y las formas culturales híbridas y también contemporáneas. Por eso la muestra es rabiosamente multicolor: para recordarnos que el blanco y negro de las fotografías de Sebastião Salgado (cuyo proyecto Amazonia también se puede ver en estos días en Barcelona) museifican, congelan en el pasado un territorio que, en cambio, muestra las tensiones del presente y algunas vías de futuro.
Nos encontramos ante una cultura multidimensional, en la que los árboles y las micorrizas, los alimentos, rituales y artes tradicionales, conviven con la construcción del paisaje, las tecnologías más diversas, el arraigo metropolitano y las formas culturales híbridas y también contemporáneas.
La importancia de Amazonias. El futuro ancestral radica en que esa exploración sistemática de una cartografía literalmente inabarcable es colectiva y se presenta en Europa con toda su polifonía y complejidad. El comisario catalán Claudi Carreras —conocido por sus curadurías de fotografía documental iberoamericana— se ha convertido en un coordinador de comisariados, debidamente representados en las distintas secciones o capítulos: Jõao Paulo Lima Barreto, Eliane Brum, Emilio Fiagama, Lilian Fraiji, Valério Gomes, Nelly Kuiru, Eduardo Góes Neves, Daiara Tukano, Rember Yahuarcani y Joseph Zárate son los nombres propios que convocan pluralidades. Sus voces resuenan y sus miradas nos ayudan a acceder a un caleidoscopio en el que las obras de arte, los dispositivos pedagógicos, los mapas, los objetos o los vídeos se conjuran para atraernos intelectual, estética y éticamente.
La exposición se sitúa en una frecuencia que cada vez vibra con más intensidad en la cultura del siglo XXI. Mientras el antropólogo norteamericano Eduardo Kohn llevaba a cabo la investigación en la Amazonia ecuatoriana que lo condujo a Cómo piensan los bosques, donde documentó, por ejemplo, la importancia de los sueños de los perros en el tejido social de la comunidad humana, el neurólogo brasileño Sidarta Ribeiro nos contaba en El oráculo de la noche que los indígenas tenían razón: los sueños son realmente predictivos, una máquina de generar escenarios para los que empiezas a adaptarte mientras duermes; y las plantas alucinógenas pueden ayudar en la terapia. Mientras que en su libro Guerras del interior el cronista peruano Joseph Zárate reconstruía el asesinato a manos de unos traficantes de madera de Edwin Chota, que combatía la tala ilegal en la comunidad amazónica de Saweto, Brum narraba en La Amazonia su destrucción en el contexto del cambio climático («El laboratorio de extrema derecha en Brasil exterminó al menos dos mil millones de árboles, el número de monos muertos o heridos se aproxima a los cuatro millones»). En esos mismos años, el novelista boliviano Edmundo Paz Soldán ha abordado desde la ficción especulativa estos escenarios en dos novelas que también sitúan la ecología en primer plano: La mirada de las plantas y Área protegida. Empieza a crearse, pues, un cierto consenso sobre la importancia de pensar y representar la Amazonia, como un espacio clave para entender tanto lo ancestral como el porvenir; y sobre la necesidad de diseñar dispositivos interdisciplinares y abiertos para amplificar las voces, las historias amazónicas. Ese esfuerzo colectivo está revelando que el pulmón del mundo también puede ser su cerebro secreto.
Amazonias. El futuro ancestral
Comisariada por Claudi Carreras
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona
Hasta el 4 de mayo de 2025
Ministerio de Cultura
Calle 9 No. 8 31
Bogotá D.C., Colombia
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