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Contra la mina

Más de veinte años de tensión y protestas en contra de la minería industrial en Jericó desembocaron en una movilización en la que campesinos de diferentes veredas desarmaron a punta de destornilladores y martillos la maquinaria. Ahora enfrentan un proceso judicial. Este es el testimonio de un jericoano y la lucha de una comunidad por preservar la vida.
Retroexcavadora en la mina de La Porquera, Antioquia, 2011. Foto de Stephen Ferry.
Retroexcavadora en la mina de La Porquera, Antioquia, 2011. Foto de Stephen Ferry.

Contra la mina

Más de veinte años de tensión y protestas en contra de la minería industrial en Jericó desembocaron en una movilización en la que campesinos de diferentes veredas desarmaron a punta de destornilladores y martillos la maquinaria. Ahora enfrentan un proceso judicial. Este es el testimonio de un jericoano y la lucha de una comunidad por preservar la vida.

Cuando el periodista Juan Fernando Puerta recibió la llamada de la policía, no había rastro de nubes ni esperanzas de que lloviese pronto en Jericó. En el suroeste antioqueño no hay cómo rogarle a Dios por agua. Salvo el azul intimidante, lo único que adornaba el firmamento de Puerta a comienzos de 2024 era un sol que ardía sin piedad. Los ríos eran ya hilachas de agua sin peces y los jericoanos eran obligados a racionamientos. Las montañas cedían su verde al calor, mostrando un paisaje pálido y deshabitado. Sin aves a la vista, los perros buscaban sombra al mediodía.

Ese enero Puerta analizó uno a uno los locales que llenaban La Terraza en el parque principal, desde El Carriel hasta el otro extremo, y eligió la cafetería Vinotinto. Se sentó y pidió —como era su costumbre— un café oscuro y sin azúcar, sin percibir nada por fuera de su rutina diaria, hasta que entró la llamada del inspector de policía. Puerta sorbió el primer trago y escuchó:

—Está en mi deber informarle que usted ha sido querellado por parte de la empresa minera AngloGold Ashanti. Usted y las demás personas que acompañaron el proceso de desmontaje de las perforadoras en la vereda La Soledad el pasado 13 de diciembre. Esperamos su presencia en la audiencia pública el próximo 16 de mayo. Feliz día.

Puerta colgó, terminó el tinto que había pedido y ordenó otro, pero esta vez acompañado de un buñuelo y un pandequeso calientes.

El 12 de diciembre de 2023, un día antes del desmontaje de las perforadoras, Puerta había recibido la llamada de un campesino de la vereda La Soledad, invitándolo a hacer parte del evento al día siguiente. Él aceptó, por supuesto, ya que estaba deseoso por hacer un cubrimiento de prensa que evidenciara la resiliencia campesina ante la explotación de los recursos naturales. Mostrar una protesta pacífica que continuara las que desde hace catorce años se han dado en el pueblo. No directamente en contra de la mina, pero sí a favor de la vida.

Mucho antes de la minería industrializada ya había registros de la abundancia de cobre en el municipio. En la época precolombina, para la comunidad indígena Emberá Chamí, este ya era el material más utilizado en aleación con el oro que conseguían de los quimbayas para la creación de anzuelos de pesca y artículos de joyería.

En 2003, AngloGold Ashanti pisó por primera vez el suelo jericoano y cuatro años después, en 2007, hizo público el hallazgo de uno de los yacimientos de cobre más grandes del país, al tiempo que daba a conocer su intención de extraer de allí 3,9 millones de toneladas del mineral. En 2010 se hicieron los primeros cuestionamientos a la empresa multinacional, debido a que dos quebradas del pueblo (Vanillala y La Soledad) estaban secándose a causa de las perforaciones. A medida que la conversación alrededor de qué está bien y qué está mal con la mina se volvía cada vez más polémica, más voces se sumaban a favor de un Jericó libre de minería. Es bien conocido por todos que las zonas mineras del país son el antónimo de zonas pacíficas. A ellas llegan las empresas multinacionales y dejan un desierto donde antes había un paraíso que, en nuestro caso, los jericoanos habíamos sabido conservar. De los trece mil habitantes con los que cuenta la cuna de Manuel Mejía Vallejo, realmente son pocos los que se pronuncian explícitamente a favor de la minería: gran parte de la población guarda silencio. Jóvenes, personas de la mediana edad, bien sea por ignorancia, por no comprometer su nombre y no meterse en problemas, o por defender su salario —son más de ciento cincuenta los jericoanos empleados en AngloGold Ashanti y en otro tipo de establecimientos como hoteles y restaurantes que se benefician de la presencia de la empresa en el pueblo— se ausentan del debate. De igual manera lo hace la administración municipal, pues la mina ha contribuido a financiar eventos de los que el municipio ha sido anfitrión, ha permitido dispositivos logísticos, arreglos de carreteras y demás necesidades cubiertas por las regalías.

A quienes sí se escucha hacer ruido en contra es a los campesinos, cafeteros, comerciantes y adultos mayores. Ninguno quiere un Jericó convertido en un territorio de pobreza, inseguridad, prostitución, narcotráfico, microtráfico y demás dinámicas que, inevitablemente, atrae la minería. Por eso, más allá de las polaridades, hemos mantenido nuestro tejido social. Hay un hilo que nos entrelaza: el amor por nuestro territorio.

El clima en Jericó es impredecible, por eso mismo, aunque hiciese mucho calor aquellos días, Juan Fernando Puerta desempolvó sus botas pantaneras, preparó su cámara, su micrófono, un par de pantalones y una camisa que en la parte posterior dejaba ver la palabra «PRENSA» en grande. Al primer cantar del gallo del 13 de diciembre estuvo listo en menos de una hora. Se acomodó el sombrero que él mismo tejió, agarró sus llaves y salió a coger el chivero que lo esperaba a él y a otras cuatro personas frente al supermercado MerK Jer. Se montaron y se dirigieron hacia el predio El Chaquiro, ubicado en la vereda La Soledad, donde iban a obrar las máquinas perforadoras si no se daban prisa, más o menos a quince kilómetros del casco urbano, unos cuarenta minutos en carro.

Rondando las nueve de la mañana, recién llegado al lugar, Juan Fernando ardió de alegría al ver las más de doscientas personas reunidas por la misma causa: su dignidad. No tardaron en llegar más y más personas, no solo los campesinos de La Soledad, sino también de otras veredas y del pueblo; había niños, jóvenes, adultos mayores, familias, ¡hasta llegaron personas de otros pueblos cercanos como Tarso, Pueblorrico y Jardín! La policía tampoco se demoró mucho y restringieron el paso al predio, con el argumento de que era propiedad privada y, por ende, no tenían derecho a irrumpir en ella y mucho menos a desarmar las perforadoras. Pero las personas involucradas sabían lo que estaban haciendo: constitucionalmente tenían derecho a entrar en la propiedad, ya que, aunque fuese privada, al resguardar maquinaria perteneciente a la minera, se convertía en un espacio de interés público.

No fue necesario el uso de la violencia por ninguna de las dos partes, todo se resolvió mediante el diálogo y los campesinos se las ingeniaron para continuar con su plan bajo la vigilancia constante de la policía.

Ya en acción, los campesinos fueron hasta las perforadoras con sus cajas de herramientas en mano, mientras el sudor se deslizaba por sus espaldas como mantequilla en arepa al desayuno. A medida que se acercaban iban sacando sus destornilladores, llaves inglesas, alicates y demás artefactos para desmontar las máquinas sin dañarlas. Como si se tratase del desmontaje de una exposición de museo, con el más milimétrico cuidado fueron desarmando parte por parte las perforadoras, guardando cada tornillo y cada tuerca. La música que acompañó dicha actividad no fue otra que el canto de las aves, el fluir de los cuerpos de agua cercanos y las voces de los participantes protestando al unísono: «¡SÍ al agua, NO a la mina!».

Grupos de campesinos subían el sendero que separaba el punto donde estaban las máquinas hasta la entrada de El Chaquiro cargando las pesadas partes que se iban desmontando de las perforadoras. Así avanzó el día hasta las dos de la tarde. En cuestión de pocas horas, la totalidad de las perforadoras desarmadas quedaron ubicadas sobre el camión que las llevaría al comando, en donde posteriormente se le regresarían a la minera AngloGold Ashanti. Terminada la misión, los participantes gritaron por última vez ese día: «¡SÍ al agua, NO a la mina!».

Días después del desmontaje, el rumor de que la mina tomaría acciones legales en contra de quienes desmontaron las perforadoras se esparcía cual pandemia. No era secreto para nadie que ni la mismísima moneda de la Madre Laura podría defender a los campesinos, y, dicho y hecho, ¡hasta una hermana Laurita salió querellada! Más de doscientas personas fueron al predio de La Soledad, y más de doscientas personas aparecieron en el listado de citación a la primera audiencia pública que se llevó a cabo el 16 de mayo de 2024.

Sin mucho que perder, los citados a dicha audiencia llenaron los asientos del Teatro Santamaría. Niños, jóvenes y adultos hicieron parte del desmontaje, y niños, jóvenes y adultos sacaron la cara ese día por Jericó. Desde Juan Fernando Puerta —que se encontraba allí para cumplir su labor de periodista y compilar evidencias de los hechos y quien recibió otro llamado de atención por documentar la audiencia, aun siendo pública— hasta la hermana Laurita, también castigada por su labor de monja, querellada por rezar el rosario.

«Hemos esperado mucho tiempo para ver una respuesta positiva para nosotros, que hemos luchado catorce años, o quizás más. Queremos que nos den palabras concretas, que nos digan qué protección tenemos. Queremos que nuestra cultura siga siendo la que sostenemos, no podemos dejar que esta empresa minera continúe conquistando cerebros débiles, queremos que este gobierno se pronuncie y acabe con esta pesadilla», señaló José Luis Bermúdez, campesino, en el debate. Se discutió el desacato del inspector de policía frente al reclamo de los campesinos por la falta de garantías y la vulneración al trabajo de otros participantes como Juan Fernando; se discutió también el futuro de la minería en Jericó, se protestó sobre la desaparición total de esta y, cosa rara, la administración municipal se ausentó del debate. Se alzaron muchas voces de los querellados en el teatro, encarnando los sentimientos de un municipio que ha buscado incansablemente ser escuchado. Hasta monseñor Nabor Suárez tuvo su intervención: «No más, no busco interrumpir, sencillamente me adhiero a los campesinos que vienen a defender sus derechos».

Puerta logró el respaldo de la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) que dejó en claro la inocencia del periodista y, tanto legal como laboralmente, pudo salir ileso; sin embargo, en su interior, esa alma guerrera y amante del territorio no ha podido estar del todo tranquila al saber que habita bajo el mismo cielo que AngloGold y en cualquier momento podría presentarse algún otro tipo de altercado contra su moral como defensor de la tierra.

El miércoles 5 de junio de 2024, en su artículo «Querellado por la verdad», expone más detalles de su experiencia en el desmontaje y la injusticia de las querellas en contra de los participantes en el periódico Despierta Jericó, creado y dirigido por su colega y tocayo Fernando Jaramillo, líder de la mesa ambiental, otro personaje crucial en la historia de la resistencia a la minería en Jericó, puesto que, ante el silencio de parte de AngloGold cuando comenzaron las manifestaciones en 2012, la emisora La Voz del Suroeste cerró sus puertas a la mesa ambiental municipal, lo que llevó a Jaramillo a crear su periódico al año siguiente.

Desde entonces no hay noticias. Seguimos en lucha y no desistiremos hasta que el gobierno reconozca a Jericó como distrito agroecológico y no como distrito minero. Hay por programar más audiencias públicas donde esté garantizada la participación de la población hasta que se llegue finalmente al punto que en el municipio valga más la vida que un metal.

Juan Fernando Puerta, así como otra gran porción de la población jericoana, protesta en silencio, pero a la vista. En la fachada de su casa permanece colgado el cartel de «SÍ al agua, NO a la mina», cosa que, aunque parece insignificante, recuerda la promesa de que no habrá jericoano sobre la tierra que vea su pueblo sin árboles, sin fauna, sin café, sin cardamomo, sin gulupa, sin aguacate, sin plátano, sin agricultura, sin cultura, sin sonrisas. Mucho menos sin futuro.

 

Nota: El autor de este testimonio firma con otro nombre por motivos de seguridad.

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