«Nos han enseñado a ver el agua como un recurso para explotar, pero hay culturas que la ven como un regalo que hay que honrar», dijo en Cartagena el licenciado en educación popular Gustavo Ulcué Campo. Hablaba de su propia cultura, el pueblo Nasa, al que representó en un panel del Hay Festival. Y añadió «La preservación de la naturaleza no es la ausencia de humanos, es la convivencia en armonía». Para los Nasa, el agua y la tierra no son elementos aislados, sino seres vivos en un equilibrio sagrado. Los pueblos indígenas en Colombia han practicado durante siglos un modelo de convivencia con la naturaleza, basado en ciclos de siembra, en la agricultura circular y en el respeto a los ritmos del agua.
El agua es más que un recurso, es un ser vivo que ha sustentado la existencia humana desde su origen. La crisis hídrica, que avanza a un ritmo alarmante, es una crisis humana. El historiador de la Universidad de Oxford Peter Frankopan y la antropóloga española Virginia Mendoza acompañaron a Ulcué Campo en el panel moderado por Rosie Boycott. Juntos abordaron la urgencia de replantear nuestra relación con el agua. El colapso de civilizaciones pasadas estuvo marcado por el agotamiento de los recursos naturales, y hoy enfrentamos una situación similar, pero en una escala global, advirtió Frankopan: «El agua ha definido el destino de imperios, y ahora está definiendo el nuestro».
Frankopan encontró su esperanza en las mujeres y los niños, en la educación de los niños desde el primer nivel. La educación cambia narrativas, y las narrativas cambian realidades, afirmó Frankopan. Desde su perspectiva, fue el acceso a la educación para las mujeres lo que cambió su rol en la sociedad más allá de la maternidad. La disminución de las tasas de natalidad es una consecuencia directa, que, según el historiador, continuará a medida que los recursos se van agotando.
En su libro La sed: una historia antropológica (y personal) de la vida en tierras de lluvia escasa (Debate, 2024), Mendoza relata las historias de comunidades desplazadas por la construcción de represas y afectadas por las grandes corporaciones que han secado pozos que antes abastecían a toda la población; la comunidad autónoma de Aragón, al norte de España, es el principal ejemplo. El problema no es solo la escasez, insiste Mendoza, sino la injusta distribución del agua.
Los pozos más antiguos de España datan del 2.200 A.C. Quedaba en Damiel, Castilla-La Mancha, donde Mendoza nacería casi cuatro mil años después. Era la Edad de Bronce y esta cultura era la de las Motillas, pequeñas colinas artificiales donde se almacenaba cereales y agua: al interior de las Mootillas había pozos profundos que permitía acceder al agua en los momentos en que la aridez secaba sus cursos regulares. Desde la prehistoria había asentamientos humanos que desarrollaban tecnología para captar agua subterránea. Y sistemas como estos, dijo Mendoza, se secan por la sobreexplotación, por los monocultivos de olivos, por hacerlos dependientes del riego. El agua se seca porque desde las ciudades, sdonde basta con abrir la llave para que brote el agua en abundancia, no se escucha lo que dicen los pueblos.
Una pregunta del público aterrizó una cuestión global: qué hacer cuando las grandes potencias, como Estados Unidos, niegan la crisis climática? Frankopan explicó que en Oxford reflexionan sobre cómo inspirar a los líderes políticos. Ulcué argumentó que había que ir más allá de las narrativas y tomar acciones concretas. ¿La principal? Acoger la concepción de otras culturas en las que la lluvia, el agua, es el padre y la tierra es la madre. Mendoza, finalmente, señaló que la eliminación del término «cambio climático» de documentos oficiales en Estados Unidos reflejaba el cortoplacismo con el que se gobierna el mundo, pero eso no podía borrar la esperanza: «Los seres humanos hemos estado al borde de la extinción antes y siempre hemos encontrado la forma de seguir adelante. Lo que nos ha salvado no es la competencia, sino la cooperación. Y hoy, más que nunca, necesitamos trabajar juntos».
Una mujer wayúu le contó a Mendoza cómo es encontrar agua en el desierto: las primeras gotas son para el burro que la llevó hasta allí. Las segundas, para el árbol que le dio sombra. Estos gestos de gratitud y reciprocidad hablan de una relación con la naturaleza distinta a la de Occidente. «La crisis es real, pero aún hay tiempo para cambiar. No deberíamos llamarle recurso al agua para empezar», afirmó Mendoza. «Hay que recuperar la sacralidad del agua».
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