A mediados del siglo XVII, entre 1645 y 1650, Antonio de León Pinelo, oidor del rey en Perú, se embarcó en una empresa intelectual y geográfica sin igual en su tiempo al escribir El Paraíso en el Nuevo Mundo. Comentario apologético, historia natural y peregrina de las Indias Occidentales, Islas de Tierra Firme del Mar Océano. Aunque este texto aparentemente no se publicó en su época, representa un intento singular por situar el Paraíso en un lugar concreto: la selva amazónica. Cuatrocientos años después, la búsqueda emprendida por León Pinelo podría considerarse un reflejo de las sociedades contemporáneas, donde la búsqueda del Paraíso continúa.
León Pinelo escribió cinco tomos sobre el tema, con varias páginas en las que compiló, junto con sus propias tesis, los planteamientos de al menos 17 autores que sostenían que la ubicación del Paraíso estaba en la tierra. Esto mostraba la erudición que se había desarrollado durante siglos sobre este tema. Como muchos otros hombres de su época, León Pinelo se sustentaba firmemente en las creencias miticorreligiosas y en el imaginario tardomedieval, que tenía mayor peso que sus propias observaciones. Desde esta perspectiva, en sus escritos se articulaba una representación de América poco fiel a las realidades objetivas del nuevo continente, pero coherente como representación simbólica con su imaginario de hombre del siglo XVII.
Su trabajo fue profundamente influenciado por las sagradas escrituras y por las expediciones europeas en busca del jardín del Edén que se realizaron desde la Edad Media, alimentando así la creencia en la existencia física de este lugar primordial. Aunque no se sabe con certeza si León Pinelo emprendió el viaje al interior de la selva amazónica en su búsqueda, se sabe que investigó exhaustivamente toda la producción de la que disponía —desde su escritorio— para respaldar sus escritos sobre dicha existencia. El Amazonas, encontrado por exploradores en 1542, se convirtió en un lugar inexplorado e impenetrable que desafiaba a los expedicionarios, los rendía o los tragaba. En torno a él, su imagen de lugar inhóspito y, por ende, secreto, se consolidó como el escenario de las historias más extrañas.
Además de apoyarse en autores reconocidos como santo Tomás, Américo Vespucio o Cristóbal Colón, León Pinelo apuntó con gran énfasis datos que sustentaban su propuesta, como la ubicación exacta del Paraíso en lo que sería la actual región amazónica. En sus análisis y formulaciones denota un afán de rigurosidad tal, que estableció las medidas de la extensión del Paraíso en 160 leguas de diámetro por 460 de circunferencia, y sugirió que los ríos Paraná, Amazonas, Orinoco y Magdalena constituían los cuatro ríos de los cuales se hablaba en el Génesis. Entre todas las argumentaciones, propuestas y análisis que planteó León Pinelo, tal vez la más llamativa fue la realización de un croquis dibujado por él, titulado Continens paradisi, en el que se mostraba la ubicación geográfica exacta del Paraíso en la selva.
La llegada a América revivió la idea de aquel Paraíso perdido que se les había negado a los hombres por causa del pecado. La esperanza parecía revivir y los relatos de viajes, cartografías e imágenes de este lugar se enriquecieron con la exuberante naturaleza americana. La selva amazónica se manifestó como un territorio promisorio, una nueva oportunidad para alcanzar, un lugar para volver a empezar. Así, iconográficamente, el tema del Paraíso cobró fuerza con imágenes donde el paisaje adquiría mayor relevancia y elementos como la selva y sus animales se incorporaban a las representaciones visuales de los siglos XVI y XVII. En las pinturas de la época que se difundieron, el tema habitual de Adán y Eva, los primeros habitantes del Paraíso, fue representado cada vez más pequeño, mientras que los follajes, las guacamayas, los monos y los felinos reclamaban un lugar en la narrativa, dando vida a un Paraíso terrenal lleno de vida y exuberancia americana.
La concepción del Paraíso en la selva amazónica reflejó la búsqueda humana de un destino idílico, influenciada por el cristianismo, que lo consideraba un lugar tanto físico como espiritual y teóricamente accesible. Sin embargo, en el siglo XVIII, con la Ilustración, los avances científicos, las expediciones y la mayor precisión cartográfica, junto con la primera vez que se cuestionaron los textos bíblicos, las ideas del Paraíso como un lugar tangible comenzaron a desvanecerse para convertirse en meras anécdotas de la credulidad humana.
La representación del Paraíso se modificó con el tiempo, pasando de ser un lugar terrenal a un destino celestial del más allá, una esperanza y un ideal que guiaba a las sociedades hacia un futuro mejor sin ubicación geográfica específica, inalcanzable. Desde allí, se consideró que esta historia era simplemente un mito fundacional de algunas religiones y que ese lugar en sí no existía. Se asumió que el Paraíso nunca había estado en la tierra. Era solo un deseo.
Llegado el siglo XIX se experimentó un cambio drástico en la percepción de la selva, convirtiéndola en un lugar temido por diferentes razones. La falta de exploración y conocimiento detallado de estas regiones generó un sentido de lo ignoto y lo salvaje, alimentando el miedo a lo inexplorado y lo impredecible que allí podía encontrarse. La selva, concebida como un Paraíso imaginado, se transformó en un lugar siniestro y monstruoso, asociado con dolor y muerte para las comunidades que la habitaban, y como una fuente de recursos explotada por una sociedad de consumo insaciable. Se convirtió en la frontera entre lo civilizado y lo salvaje, abandonando su representación anterior como el Paraíso descrito por León Pinelo para transformarse en su total opuesto: el Infierno. ¿Era este el fin de aquel Paraíso en la tierra?
Si bien la selva no está anclada a un pensamiento religioso y barroco, sí representa un lugar anhelado. En la actualidad, hemos vuelto a creer en la existencia de ese Paraíso terrenal, aunque la ilusión parecía perdida. ¿No es acaso la Amazonía el último bastión de esperanza para una sociedad que consume y desecha a su paso el lugar donde habita? ¿No es la selva nuestra última oportunidad para salvar el planeta? A principios del siglo XXI, este lugar idílico medieval aún persiste, ya no como el habitáculo de Adán y Eva, sino más bien como el lugar que nos desafía y nos brinda una última esperanza.
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