En la chagra de Nofïzazima quedó brujería del tal Monayagone. Se levantó toda clase de plagas de animales: ratón, tintín, grillo, gusano… de todo, y dañaban las matas. Todo se lo comían. Nacían allí mismo esos animales; no venían del monte. Era brujería. Decía Nofïzazima:
—¿Qué iremos a comer? Esos animales lo destruyen todo —y dirigiéndose a la mamá le decía—: Quédate con los muchachos que yo con mi mujer me iré a prender fogón en medio de la chagra.
Se quedaron ellos y él se fue con su mujer. Llevaban hamaca para descansar después del trabajo. Se fueron ya bien caída la tarde. Encendieron hogueras por todos los lados y en medio de la chagra. Pero tan pronto se apagaban los fogones, los animales esos empezaban a salir; pero no eran propios animales [verdaderos]: no era propio ratón, ni tintín, ni grillo, ni gusano; eran brujerías para perjudicar. Llegó la brujería y Nofïzazima le dijo a su mujer:
—Estoy cansado. Vamos a descansar un rato. Amarre esa hamaca.
—Bueno. Voy a amarrarla —respondió la mujer.
Y la colgó en medio de la chagra. Vino el hombre y se metió con su mujer en ella y se mecían porque se sentía mucho calor. Pero al poquito tiempo el hombre se durmió, y su mujer también. ¡Brujeados, sería! La brujería de Monayagone era la que los mecía en forma de muchacha que cantaba y cantaba nombrando el sueño:
Yuti … Yuti
Nofïzazima ïnï, ïnï …
Nofïzazima ïnï, ïnï …
Esa es Kïrïtïjï. De ahí viene eso de mecer a los niños para dormirlos. Fue el origen de esa costumbre. Los dos, marido y mujer, se quedaron profundamente dormidos. Brujería de ese tal Monayagobe, puesta en obra por su sobrina. Se durmieron, pero en el cielo. La hamaca se subió, bien arriba, hasta llegar a las nubes altas. La hamaca quedó amarrada [suspendida] en el vacío.
Entonces vino el viento zïzïzïzïzï… frío, de arriba. Ya Nofïzazima se despertó con semejante frío y dijo:
—¡Ay, mujer!, despierta y atiza la candela.
Ella se volteó para bajarse de la hamaca, pero al hacerlo se cayó. Se vino desde arriba y se estrelló contra la tierra. Él no se dio cuenta y al ratico volvió a decir:
—¡Mujer! ¡Mujer! ¿A qué horas vas a atizar? ¡Rápido!
Pero también se quedó esperando. No supo que se había caído. Sacaba el pie de la hamaca y tanteaba buscando a la mujer… y nada.
Entonces se agachó a mirar. Le pasó el sueño. Escupió y el escupitajo se perdió sin que le llegara el ruido al golpear el suelo. Miraba asustado en derredor: cielo, cielo azul; abajo, azul; arriba, azul. Escupió otra vez y no vio que llegara al piso. No había piso.
Ahí quedó sin poder bajar. Amaneció y aclaró completamente. Entonces, en la maloka, la mamá de Nofïzazima dijo:
—Hijos, vamos a mirar qué ha pasado, por qué sus papás no han regresado.
Ellos dijeron que bueno y se fueron a mirar. Pero nada. Buscaban por todas partes y nada. Las hogueras que habían encendido estaban apagadas y frías y hasta las cenizas estaban húmedas por el rocío. Fueron a mirar por el lado donde tenían puestas las trampas y tampoco los encontraron. Terminaron yendo donde los vecinos a preguntar por ellos. Nada. Les decían:
—No… Ni su nuera ni su hijo han llegado aquí.
Nadie, nadie daba razón. Los hijos regresaron con la Abuela a la maloka. Nadie sabía qué se habían hecho Nofïzazima y su mujer. Los de la maloka regaron la noticia entre todos los seres vivientes para que ayudaran en la búsqueda. En eso estaban hasta las abejas, las golondrinas, todos esos animales que andan lejos, pero nadie encontraba a los perdidos. Entonces la Abuela, oyendo cantar a Faido, el pájaro mochilero, también cantó y le dijo:
¿Acaso tú eres gente?
Tal vez estés llorando la pena por la ausencia de tu amo.
Mi hijo te crio y no aparece.
¡Búscalo!
Tú vives por él,
de no ser así te hubiera matado la gente para comerte
y hacer adornos con tus plumas.
Busca a tu dueño.
Tú, que vagas por el cielo,
¡búscalo!
Faido oía eso. Entonces arrancó hojas del techo de la maloka, esas que suenan cuando sopla el viento, se las puso en las alas y voló. Es por eso que las alas del muchilero suenan cuando se esponja. Avisa de esa forma. Se fue zazazazazazaaaa… y entre tanto cantaba.
Nofïzazima estaba secándose al sol, ¡con semejante calor! Flaquito estaba ya, en su hamaca. La boca seca, también los ojos. Solo, allá.
Llegó Faido y se posó en la punta de la hamaca. Gritaba, se sacudía, cantaba. Este pájaro acostumbra cantar a medianoche, sobre todo en las noches de luna llena, cuando es mediodía para los seres de la noche. Desde allá se vino fufufufufúúúú… po… y se posó en la rama de guama. Se puso a cantar. La viejita le dice cantando, que es la mejor manera como entienden los pájaros el lenguaje de los hombres:
Acaso tal vez tú eres gente.
Tal vez vienes a avisar
que ya encontraste a tu amo:
Mi hijo, tan trabajador.
Tanta guama,
tanta uva,
tanto caimo de mi hijo desperdiciándose,
se están secando.
De todas esas frutas,
si encuentras a mi hijo,
bien puedes comer.
Faido, sintiéndose autorizado, se fue a la punta de la rama llena de guamas y parta y chupe, parta y chupe, parta y chupe. Al final, sacó unas pepas y voló zozozozozozozozozoooo… Llegó donde estaba Nofïzazima. Su boca se estaba secando. Faido vomitaba en ella la guama, dentro de la boca del que se estaba secando. Primero vomitaba agüita, y puso en la lengua la guama [la película blanca que cubre las grandes semillas]. Otros Sabedores, al contar esta historia, dicen que eso blanco en lo que quedó convertido fue en los dientes, y otros más cuentan cómo fue con una hoja fresca de coca que se reconstruyó la lengua, que ya se le había secado al hombre completamente.
Es con esa agüita que nosotros vivimos. Eso quedó como saliva. ¿De dónde sale esa agua? Al coquear la boca queda seca; después, sale esa agua. Nadie la echa. Uno coquea cuando viene el sueño. Igual con el tabaco (ambil). El sueño se manda lejos. Es el sueño el que negrea las pepas del milpesos, las pepas de la uva caimarona, de todas esas frutas que se vuelven negras cuando maduran. Allá se manda el sueño.
Al aprendiz, el que está oyendo al Abuelo Sabedor, le quita el sueño; se despierta y el Abuelo coge ese sueño y lo manda a las frutas para que maduren. Esa guama es nuestra lengua.
Vino otra vez Faido fafafafafaaaa… y se posó en el palo de guama. Al verlo, la viejita le dijo cantando:
¡Ay! Acaso tú eres gente
y vienes a avisar bien.
Encontraste a tu amo
y estás cantando eso.
Las frutas de mi hijo,
esas uvas que sembró con tanto trabajo,
se están desperdiciando.
Con esas frutas se podría mantener mi hijo.
Entonces Faido se va al palo de uva y chupa y chupa y chupa. Es agua. Sacó dos pepas y con eso se marchó rápido, porque los ojos de Nofïzazima se estaban secando. Entonces echa esa agua en un ojo y luego en el otro. Sus ojos estaban ya secos, pero por un huequito entraba el agua en su cuerpo, adentro. Puso esas pepas en sus ojos. Por eso las lágrimas son dulces y es por eso que tienen agua nuestros ojos. Es un agua que no se seca. Con eso que llevaba Faido, Nofïzazima se estaba alentando.
Otra vez se vino Faido desde la hamaca que estaba en el cielo y se posó en la mata de guama. Y la mamá de Nofïzazima dijo:
Porque encontraste a mi hijo,
por eso llegas contento.
Mi hijo era muy trabajador,
sembraba muchas frutas.
Se está desperdiciando el caimo.
De eso puedes darle
para mantener su cuerpo.
Faido ve que el caimo estaba bien maduro. Va y chupa y chupa y chupa. Saca agua. Se llenó y luego se lleva dos caimos en el pico fufufufufúúúú…
El pecho de Nofïzazima estaba seco. Nosotros tenemos caimos en el cuerpo: son los pulmones, el pecho. Ahí hay agua. Son caimos. Con eso se estaba alentando. Faido, entonces, vuelve cacacacacacacaaaa… Y la viejita, que lo ve parado en el palo de guama, cantó:
Mi hijo era muy trabajador
y sembraba tantas, tantas frutas.
El plátano se está desperdiciando.
Dale de comer,
con eso se puede mantener su cuerpo.
En medio de la finca había un plátano maduro. Faido chupaba y chupaba y chupaba. Cogió dos plátanos y se vino. Se los puso a Nofïzazima: son las clavículas. Ya con eso quedó completo. Ya Nofïzazima hablaba con Faido y el mochilero decía:
—Yo fui criado por ti. De no haber sido así, me hubiera matado la gente. Te estoy muy agradecido.
Y Nofïzazima le decía:
—Por favor, lléveme abajo.
—Pero ¿cómo?
—Pues allí hay algodón de balso. Traiga ese plumón y traiga la flor del uigïkï, ese algodón, eso es para sentarse como un cojín.
Y así continúa el relato, desenvolviéndose en numerosas secuencias. Por desgracia, después de ser reconstruido el cuerpo y a pesar de su alianza con Faido, Nofïzazima no pudo reintegrarse a la familia. Y esto por una imprudencia de sus hijos, a quienes encanta junto con la Abuela, su madre. Ellos quedan convertidos en pajaritos, y la anciana en ortiga, una de las plantas más utilizadas en la farmacopea indígena amazónica. Por su parte, Nofïzazima queda transformado en todos los remedios vegetales. En ellos residen su espíritu y su fuerza.
La presencia simultánea de diferentes mitos que versan acerca del origen y la conformación del ser humano no debe ser vista como una falta de rigor, tal como se considera en el pensar del Occidente racionalista; para este, la univocidad se constituye en uno de los requisitos de la verdad. En otras orientaciones del pensar —que se antojan más comprometidas con la realidad, de suyo tan polifacética—, las diferentes versiones son consideradas variaciones complementarias que dan cuenta de los diferentes aspectos del asunto en cuestión.
La «definición» dentro de esta forma de conducir el pensamiento se logra mediante inclusiones relacionantes extensivas y no sobre exclusiones. Así, en tal imaginario incluyente la esencia del hombre resultaría vinculada a la del animal y a la de la planta. No hay saltos esenciales. Somos variaciones de la misma Vida; de ahí se deriva que debamos respetarla en todas sus manifestaciones y procurar su mantenimiento global.
Son numerosas las alusiones en los mitos y en las charlas formales e informales de los Uitoto y Muinane a una matriz vegetal de donde procedería la humanidad. Es continua la prédica de los Abuelos Sabedores al respecto: «Somos frutas; hombres frutas». Se refieren siempre a las plantas cultivadas puesto que las silvestres quedan referidas a los animales.
Desde luego, también hay antropogonías en que la matriz es animal, como en el caso de la Serpiente Ancestral, o de unos seres con cola (monos), a quienes, por obra de un Demiurgo, a cambio de extirparles las colas prensiles (transmutándolos en humanos), se les confieren ciertas compensaciones que serán objeto de permanente envidia por parte de los bestias. Paralelamente, se cuentan mitologías que insisten en una proveniencia mineral y otras que, en definitiva, abogan por la matriz divina, toda vez que los humanos son considerados, también, la sombra y el eco de un dios.
Transcribo apartes de un muy largo relato recogido en julio de 1986 de labios de don José García, Sabedor muinane que vivió sus últimos años cerca de Leticia. En él aborda el tema de la reconstrucción del cuerpo de un hombre; tarea que se logra utilizando los frutos de varias plantas cultivadas.
* Relator: Abuelo José García. Quebradón Takana, Leticia, 1986. Compilador, comentarista y redacción final:
Fernando Urbina Rangel.
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