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Tumbas de soledad

15 de agosto de 2024 - 11:43 pm
Varias propuestas y solicitudes de instituciones y gobiernos nacionales han intentado traer de vuelta la Colección Quimbaya, actualmente en el Museo de América de Madrid. Amoríos, corruptelas y un profundo desinterés alejaron de su lugar de origen algunas de las piezas más valiosas de metalurgia precolombina.
Segunda exposición del Museo del Oro. Edificio del Banco de la República, Bogotá. Colección Museo del Oro. Foto atribuida a Saúl Orduz (sin fecha). Entre los objetos que dan inicio a la colección del Banco de la República y el Museo del Oro, hay una pieza ceremonial para el mambeo de hojas de coca encontrado cerca de Yarumal (Antioquia): el poporo quimbaya. Algunos lo recordarán impreso en los billetes de 20 pesos y estampado en las monedas «doradas» de la misma denominación.
Segunda exposición del Museo del Oro. Edificio del Banco de la República, Bogotá. Colección Museo del Oro. Foto atribuida a Saúl Orduz (sin fecha). Entre los objetos que dan inicio a la colección del Banco de la República y el Museo del Oro, hay una pieza ceremonial para el mambeo de hojas de coca encontrado cerca de Yarumal (Antioquia): el poporo quimbaya. Algunos lo recordarán impreso en los billetes de 20 pesos y estampado en las monedas «doradas» de la misma denominación.

Tumbas de soledad

15 de agosto de 2024
Varias propuestas y solicitudes de instituciones y gobiernos nacionales han intentado traer de vuelta la Colección Quimbaya, actualmente en el Museo de América de Madrid. Amoríos, corruptelas y un profundo desinterés alejaron de su lugar de origen algunas de las piezas más valiosas de metalurgia precolombina.

Ustedes me cambiaron el oro por el espejo y ahora
me hacen dudar de lo que veo reflejado en él,
ustedes me robaron mi lengua y ahora callan
todo lo que aprendí a decir en la suya.
Sofía Perdomo Sanz

Leo la prensa, hay bastante ruido en las redes sociales, el 9 de mayo de 2024, el canciller y el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes enviaron una propuesta formal a sus homólogos españoles, solicitando el «retorno de la Colección Quimbaya a Colombia». Parece que ahora hay que llamarla colección y no tesoro.

«Hay que pensar en esto como una colección, como una conversación, y no como un tesoro en disputa, y no como una guerra, sino precisamente como una oportunidad de tener conversaciones distintas entre España y Colombia […] Nos sentimos iguales a ustedes, sentimos que compartimos […] un pasado, por supuesto. Pero es un pasado no exento de conflictos que solo se van a empezar a resolver de manera inteligente, de manera conversada», es la postura del MinCulturas. La escucho y algo me escuece por dentro.

El ruido en España empezó en 2023, pero fue a inicios de abril de 2024 cuando empecé a ir con frecuencia al Museo de América de Madrid. Quería observar las piezas de oro y tumbaga que fueron saqueadas de las dos tumbas indígenas de La Soledad, un poblado en las proximidades del municipio Filandia, en el hoy departamento del Quindío. Frente a ese ajuar milenario, ¿qué puedo tener en común con las manos que lo crearon? Y, sobre todo, ¿por qué me cabrea tanto que esté aquí, tan fuera de contexto y tan lejos de su origen?

Fui con frecuencia y cada vez me resultaba más ofensiva la exposición en Madrid. No solo es uno de los museos menos visitados de la ciudad, sino que es, tal vez, el único museo al que no le interesa contar su historia. Ninguna sala tiene el relato de la conquista y sus exposiciones permanentes se presentan con letreros vagos como: «Conocimiento», «Realidad», «Comunicación» o «Sociedades complejas»; la Colección Quimbaya está en «Religión». Juntan mayas, aztecas, diquís, incas, taínos, olmecas, quimbayas. Los amontonan, no los complejizan, y de esta forma vuelven a ser lo que impuso el hombre blanco: una masa avasallada. Jean-Paul Sartre escribió: «La violencia colonial no se propone solo como finalidad mantener en actitud respetuosa a los hombres sometidos, trata de deshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus tradiciones, para sustituir sus lenguas por las nuestras, para destruir su cultura».

Destruir sus culturas, eso hace el Museo de América en Madrid: oculta su historia y nos cuenta la nuestra exhibiendo una vitrina de medallas. La de oro es la que más brilla: aquí está la Colección Quimbaya.

La postura del MinCulturas me escuece porque sí hay una disputa: un pasado. Y porque es un diálogo desigual. España es blanca y tiene claro quién está al otro lado del dominio. Sabe que devolver las piezas, aunque les hayan sido obsequiadas, como afirma el colectivo Ayllu, «es recordarle al blanco que le conocimos a partir del rapto, el saqueo».

*

Me volví habitual en el museo y de tanto que me acerco a las piezas quimbayas, ya me sé de memoria la única descripción que las acompaña.

El tesoro de los Quimbayas

Este ajuar funerario, realizado entre el 500 y el 1000 d. C. y donado al Estado Español por la República de Colombia en 1893, supone el conjunto de objetos de oro y tumbaga (aleación de oro y cobre) más importante de la América Prehispánica, tanto por su calidad estética y técnica como por formar un ajuar completo. Se encontró en dos tumbas quimbayas del sitio de La Soledad, cerca de Finlandia en el valle del río Cauca.

Está formado por recipientes en forma de figura humana (caciques) o de calabaza (poporos), relacionados con el consumo de alucinógenos, y por una gran variedad de objetos de adorno: cascos, orejeras, narigueras, cascabeles, prendedores, etc… [sic]

Así, «Finlandia», y no Filandia. «Caciques», en genérico, sin mencionar sus figuras femeninas y posibles símbolos de fertilidad. «Tumbaga», a secas, sin explicar que esta bellísima aleación, esta suerte de mezcla de oro y cobre, a veces lleva plata, o que su particular olor y tono rojizo pudo ser asociado a la mujer y a la menstruación. Recipientes «relacionados con el consumo de alucinógenos», sin contarle a quien se admira con la metalurgia dorada quimbaya que sus figuras antropomorfas, sus poporos, representan el ritual de coca, una costumbre milenaria que aún conservan tribus indígenas colombianas. «Ajuar funerario, realizado entre el 500 y el 1000 d. C.», sin corregir e informar que el mismo Museo de América halló una muestra orgánica dentro de una pieza, la analizó, obtuvo fechas por carbono 14, y encontró que su antigüedad no era 500 años después sino 300 a 400 años antes de Cristo.

¿Metalurgia quimbaya con fundición a la cera pérdida desde el siglo IV antes de Cristo? ¿Y qué es fundición a la cera perdida? ¿Por qué es tan impresionante este hallazgo? El museo tampoco lo explica.

*

Son más de diez las propuestas de gobiernos e instituciones colombianas que intentaron el retorno de la Colección Quimbaya. El Museo de América negó todas. Aparte de ampararse en que fue un obsequio, el otro argumento es que España lo ha conservado seguro. No es verdad. Ya extraviaron una nariguera, colgantes, cuentas y la tapa de un poporo. Y esto no fue lo más grave: durante un tiempo el tesoro estuvo perdido.

Cuando el expresidente Carlos Holguín le regaló el tesoro a la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, esta lo delegó al que sería el Museo Arqueológico Nacional y allí se expuso hasta que inició la Guerra Civil.

En julio de 1936, y debido a los bombardeos en Madrid, el Gobierno de la República creó la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico con el fin de proteger el arte. Entonces las piezas valiosas se almacenaron y se trasladaron a los sótanos de los museos.

Pero la guerra es ante todo un gasto. Así que en septiembre también se creó la Caja General de Reparaciones, un organismo del Ministerio de Hacienda destinado a cubrir el hueco «mediante la incautación de todo tipo de patrimonio, mueble e inmueble, a los desafectos a la República». Todo esto se cuenta en el libro El Tesoro Quimbaya que editó el Ministerio de Cultura Español.

El asunto es que la Junta perdió control ante la Caja y esta empezó a incautar los bienes sin diferenciar entre artísticos «y los de mero valor crematístico». Es decir, solo le interesaba que sirvieran como moneda de intercambio. Ordenó incautaciones y una de las primeras fue al Museo Arqueológico Nacional.

El 4 de noviembre, en la noche, llegó al museo Wenceslao Roces, subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, acompañado de milicianos y guardias armados. Llamó a Francisco Álvarez-Ossorio, el director del museo que ya estaba en su casa, le pidió que fuera y, cuando llegó, Roces le entregó un oficio del ministro de Hacienda que decía: «Es absolutamente necesario que todos los objetos de valor, oro o plata y tesoros que conforman las valiosas colecciones del Museo Arqueológico Nacional, sean colocadas [sic] convenientemente en disposición de transporte y trasladadas a este ministerio». Terminada la lectura, Roces le dijo al director que debía empezar por las monedas de oro y la Colección Quimbaya.

El director del museo lo cuenta en una declaración que rindió el 19 de enero de 1942 que hoy reposa en los archivos del Museo Arqueológico Nacional.

La incautación fue la mañana del 5 de noviembre y lo primero que pidió Roces al llegar fue la Colección Quimbaya. El director del museo respondió que estaba almacenado en un arca de hierro para resguardarlo de bombardeos. Álvarez-Ossorio quiso hacerse el desentendido, pero Roces le ordenó abrir todas las arcas.

Lo que pasó después, Francisco Álvarez-Ossorio lo declara así: «Temiendo el declarante que al abrir las arcas le interesara a Roces todo lo que en ellas se había guardado, trató de ganar tiempo para dificultar la apertura de aquellas, dando un juego de llaves cambiado para ver si al no poderlas abrir se desistía del propósito, al menos con respecto a la que contenía la Colección Quimbaya, que hasta aquel entonces era el único por el que parecían interesarse».

El truco no duró mucho. Cuando Roces vio que las llaves no abrían, se marchó a Hacienda por un aparato para abrir las arcas. Y al ver su fracaso, el director entregó las llaves verdaderas. El tesoro fue sacado de las arcas y lo dejaron encima de estas para que Roces lo revisara.

Roces volvió, vio el tesoro, salió y ordenó el cierre del salón hasta su nuevo regreso. Pero la conservadora del museo no se rindió. Felipa Niño pidió volver a entrar a la sala porque había dejado una chaqueta adentro. Niño logró esconder cuatro figuras antropomorfas de la Colección Quimbaya, un cascabel, un cuenco, cinco narigueras, cinco palillos para la cal y tres figuritas de colgante. Este inventario figura en archivos del Museo Arqueológico Nacional como: «Relación total y completa de los objetos del Museo […] salvados de la rapiña roja».

Roces volvió y se llevó el tesoro y las monedas de oro. A partir de ahí estuvo perdido. Se le vio en Valencia, en Cataluña, en Francia y llegó a Ginebra el 13 de febrero de 1939, donde quedó bajo la protección de la Sociedad de Naciones.

Tres meses después, la Colección Quimbaya regresó a España —cuando Francisco Franco ganó la guerra— y volvió a juntarse con las piezas que salvó Felipa Niño. La «rapiña roja» no la tocó. Eso sí, las monedas nunca volvieron a aparecer.

*

La colección se trasladó al Museo de América y aunque estaba embodegada, cuando Clemencia Plazas, arqueóloga y exdirectora del Museo del Oro de Colombia, llegó en 1972 a Madrid para estudiarla.

En 1976, Colombia elaboró la primera propuesta para lograr el retorno de la Colección Quimbaya. La presentó Belisario Betancur como embajador en España, Germán Botero de los Ríos como gerente del Banco de la República, y Luis Barriga, Luis Duque Gómez y Clemencia Plazas como directores y subdirectora técnica del Museo del Oro.

—¿Cómo se les ocurrió la propuesta, Clemencia?

—Eso fue gracias al gerente del Banco, Botero de los Ríos, él es de Manizales y, como buena persona del eje cafetero, siempre quiso la posibilidad del canje. Yo lo convencí de que, aunque no tuviéramos las piezas, debíamos buscarlas para estudiarlas y fotografiarlas. Él aprobó el proyecto y me mandó a buscar las piezas quimbayas a los museos de Europa.

Plazas visitó treinta y tres museos y cuando volvió a Colombia, el gerente del Banco de la República le pidió elaborar el proyecto de canje con España. Luego de estudiar la situación, en junio de 1976 se le planteó al Museo de América la posibilidad de intercambiar, en forma de préstamo a noventa y nueve años, seis piezas de la Colección Quimbaya por ciento treinta y seis piezas arqueológicas colombianas, entre ellas, noventa y dos de oro.

Las seis figuras que Colombia pidió se escogieron con cuidado para evitar el rechazo, eran «objetos que, aunque únicos, estaban de alguna manera repetidos en el Tesoro. […] carecían de tapa o que presentaban fisuras», describe Plazas en su libro Quimbaya, orfebrería temprana. El intercambio parecía exagerado pero no lo era, había un equilibrio de oro por país: 3.250 g. Se iniciaron diálogos, el embajador Betancur intervino, pero luego llegó la contrapropuesta española: de las seis figuras que se les pedían quitaron dos, y se les debía enviar ya no noventa y dos piezas de oro sino ciento cuarenta y cinco; el envío español disminuía su peso en oro y el de Colombia pasaba de 3.317,65 g a 6.787,11 g.

487 años después y España aún queriendo saquear el oro. Espantada, llamo a Clemencia:

—¿No te parece que seguía habiendo un asunto colonialista, de usura, en esa contrapropuesta?

—Más que colonialista y terrible, porque a mí me pasó lo mismo que a ti, yo creo que a Belisario Betancur se le olvidó para quién trabajaba. Y fue terrible, por eso Luis Duque Gómez hizo devolver todas las piezas a su sitio y olvidarnos del canje.

—¿En serio?

—Sí, pero eso le costó el puesto. Cuando Belisario llegó a la presidencia lo echó del museo. Pero bueno, eso es historia pequeña.

Ni tan pequeña, gracias a la valentía de Duque, en palabras del libro de Clemencia Plazas: «Si se hubiera llevado a cabo este intercambio, se repetiría con creces el exabrupto de un siglo antes cuando el Gobierno de Colombia regaló a la regente española las ciento veintidós piezas del Tesoro Quimbaya».

En 1987 se halló el «Nuevo Tesoro Quimbaya», se encontró en Puerto Nare, Antioquia. Ahora dieciséis piezas de Quimbaya Temprano, importantes como las que están en Madrid, integran la colección del Museo del Oro colombiano y desde entonces se pudo ahorrar cualquier otro intento de canje y humillación con España.

*

Un presidente enamorado. Así llamó el presidente colombiano Gustavo Petro a Carlos Holguín durante una entrevista que dio en La W al referirse a la Colección Quimbaya. «[Son] piezas arqueológicas valiosas que un presidente enamorado y algo ladrón, siendo patrimonio nacional, regaló a alguna princesa española».

Sobre la Colección Quimbaya, hallada por guaqueros en noviembre de 1890, en las dos tumbas de La Soledad, el 20 de julio de 1892, Día de la Independencia de Colombia, el entonces presidente Carlos Holguín informó al Congreso lo siguiente: «La hice comprar con ánimo de exhibirla en las exposiciones de Madrid y Chicago, y obsequiársela al Gobierno español para un museo de su capital, como testimonio de nuestro agradecimiento por el gran trabajo que se tomó en el estudio de nuestra cuestión de límites con Venezuela».

Compró la colección con dinero público y la regaló a la reina de España María Cristina de Habsburgo-Lorena. Luego argumentó que fue en agradecimiento al laudo arbitral que prestó España, y que falló a favor de Colombia, en un asunto fronterizo colombo-venezolano sobre la margen izquierda del río Orinoco.

Holguín dejó como ejemplo dos comportamientos hoy delictivos: pagar al juez que falla a favor y el peculado por apropiación en favor de terceros. Pero Gustavo Petro lo llamó «presidente enamorado». ¿Por qué? Intuyo el chisme de la corona, me voy a escarbar en la historia y encuentro que en su novela histórica Soledad, conspiraciones y suspiros (sobre Soledad Román, segunda esposa del expresidente Rafael Núñez), la periodista Silvia Galvis escribió:

En calles y cafés, tertuliaderos y barberías, el altozano y en la plaza, y hasta en el carro del tranvía se comenta, entre susurros y aspavientos, el romance de don Carlos Holguín, nuestro ministro plenipotenciario, nuestro representante ante la corte española, prendado de ciertos reales encantos, y no es un decir esto de reales, pues la dueña de este corazón ingrato es la regenta, la reina doña María Cristina, madre de Alfonso XII, el heredero al trono de España; comparado con esta desvergüenza, Núñez es un alma de Dios.

En la picaresca colombiana la Colección Quimbaya la regaló un hombre enamorado. Y de haber sido así, tendría simpatía por Holguín. «El enamorado busca su amor aún allí en donde sabe que no está, como el aventurero busca su tesoro aún allí en donde no se encuentra», dice el poeta Jaime Jaramillo Escobar.

*

—Ya sé de la disputa, entiendo que la Corte Constitucional colombiana fallara a favor del regreso de la Colección Quimbaya, pero, más allá del oro, ¿realmente por qué es tan importante, Clemencia?

—¡Eso es una maravilla! Es una obra de arte de ingeniería. Es por la técnica de metalurgia.

—Yo no entiendo mucho de eso.

—Hay dos tipos de metalurgia importantes. Por ejemplo, la peruana, que es tan impresionante, tiene un énfasis en el material martillado. Obviamente tiene cosas fundidas, pero básicamente es martillado, repujado. Esa metalurgia tiene las fechas más antiguas en América, que ahora pueden estar cerca del 2.000 a. C.

—¿La peruana?

—No, hablo de toda la tradición martillada, pero las fechas más tempranas sí están en Perú. Ahora, la segunda tradición empieza en Colombia, en el centro del país, y es toda esa tradición metalúrgica en fundición a la cera perdida. Fíjate que las dos cosas entrañan una particularidad interesante: tienen la misma materia prima, aquí hay oro y plata, allá hay oro y plata, pero el acercamiento a la materia prima es completamente distinto. En una hay un diálogo directo entre el orfebre y el metal, el uno hace y el otro contesta, se martilla y se repuja. Mientras que el acercamiento cuando el material es fundido a la cera perdida es de alguna manera indirecto, lo clave ahí es la temperatura, el molde, cómo se hace el vaciado. ¿Me entiendes? Es ingeniería.

Clemencia me explica que lo importante de esta técnica es que, incluso hoy, a veces se requieren máquinas eléctricas y centrífugas para lograr que el metal llegue a todas las partes del molde antes de enfriarse. Usando una tecnología que aún desconocemos, los pobladores del período Quimbaya Temprano lo lograron cuatrocientos años antes de Cristo.

La fundición a la cera perdida requiere que primero se esculpa la figura en cera, después se revista de lo que será el molde y, una vez el molde esté endurecido, se caliente para que la cera se derrita y salga, por eso se le llama «perdida». El metal debe mantenerse en estado de fundición, e ingresar a muchísima velocidad para que no se enfríe y consiga llegar a todas las cavidades y detalles del molde.

Las figuras de la Colección Quimbaya son huecas, es decir, se les introdujo algo como núcleo para generar ese hueco. Lo que quiere decir que los orfebres del Quimbaya Temprano manejaban algún material que resistía el calor y no se derretía cuando el metal era vaciado, el mismo con el que tuvieron que haber hecho los moldes. El material fue una mezcla de algún tipo de cerámica y carbón vegetal.

—¡Y estamos hablando de trescientos o cuatrocientos años antes de Cristo! Hacían el núcleo, encima ponían la figura en cera, volvían a cubrir con el molde y, para que el núcleo no se moviera cuando la cera se derretía y conservara la misma forma al vaciar el metal, lo sujetaban desde el exterior con unos tabiques.

Manejaron porcentajes de metal en sus aleaciones como si tuvieran calculadora y controlaron temperaturas que requieren hasta 900 ºC para fundir el oro, probablemente soplando el carbón a pulmón, ayudados de cañas de bambú o artefactos para soplar de cerámica.

—¿Crees que debería estar en Colombia?

—¡Claro! la colección debería estar aquí para poder estudiarla.

—Es indignante, Clemencia. Les importa un carajo, uno va al museo y encuentra en las descripciones dizque: «Alfileres para sujetar vestidos», ¡Alfileres para sujetar vestidos! Así llaman a los palillos para la cal.

Es triste que la Colección Quimbaya no esté en Colombia. Si se le diera su importancia real, se elevaría un reclamo al Comité Intergubernamental para Fomentar el Retorno de los Bienes Culturales a sus Países de Origen o su Restitución en Caso de Apropiación Ilícita, de la Unesco.

Pero no se ha hecho.

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