Paola Caballero Daza — Escritora
Recién empezó la pandemia leí Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares, y empecé a escribir un diario, como muchos y muchas, pero el entusiasmo se agotó al mes. Creo que perdí la inocencia con respecto al lenguaje. Reconocí su imposibilidad, cosa que digo mirándolo en retrospectiva; en el momento simplemente no podía escribir ni me preguntaba el porqué. No había deseo, eso sí que es una desgracia. Creo que la literatura va con la vida y la sensación del confinamiento es que no había vida o más bien, que se había anclado a un presente que llenamos como pudimos.
En la presentación en línea de mi primera novela Camas gemelas había mucha gente, cosa que probablemente no hubiera sucedido en físico. Estaba sola en Santa Marta y no pude abrazar a nadie. Fue tristísimo ese momento tan feliz. Luego se abrió la puerta, se empezó a mover el libro, se empezó a mover la mano, pero creo que de una forma más pausada, con el sentido del ritmo que me interesa tanto pero como si mi escritura hubiera perdido velocidad.
Gabriela Robayo Vargas — Estudiante de colegio
Tenía ocho años cuando empezó la pandemia. Al comienzo no entendía nada, no sabía que había un virus que estaba matando a millones de personas alrededor de todo el mundo. Estuve feliz el primer mes porque no íbamos a clase, pero cuando se alargó todo sí me extrañé un poquito. Me gustó poder compartir más con mi familia y estar con mis mascotas, pero no me gustó no ver a los profesores y no poder interactuar con mis amigos y personas de mi edad. Las clases virtuales eran totalmente diferente a las presenciales, porque sentía que no les ponía mucha atención, me distraía con todo. Mi familia me ayudó con las evaluaciones finales. Lo más duro fue no poder jugar y correr. Me sentí muy feliz cuando volví. Todos habíamos crecido y teníamos gustos diferentes, entonces tuvimos que actualizarnos. Al poquito tiempo fue raro estar con tantos niños a la vez, pero fue muy divertido volver a convivir.
Gina Jaimes — Actriz y directora de teatro
Y murió el maestro Santiago García a los trece días de haber empezado el horror del confinamiento. ¿Qué significaba esto? ¿Un llamado acaso a la improvisación y a la creación colectiva para la subsistencia? ¿Cómo podíamos hacer teatro si lo fundamental era la comunión con el público? Entendía, hasta ese momento, que una obra se completaba en el preciso instante del encuentro con la audiencia. Era el toque secreto: ese momento único en el que sucedía la magia, de manera única con cada público. ¿Y entonces? ¿Cómo lo hacíamos? Y había otra pregunta fundamental: ¿de qué íbamos a comer?
La creatividad, la pasión y las diosas del teatro lograron que inventáramos las maneras de sobrellevar el duro momento. El video y las plataformas se volvieron nuestras mejores aliadas y logramos tocarnos, sentirnos, escucharnos y mantener nuestros cuerpos activos, todo en medio de la distancia. Jamás iba a ser igual que un encuentro real, que la sensación de sentir al público respirándote en la nuca, que los nervios de la posibilidad del error. Sin embargo encontramos la forma: el público hizo fila virtual para ingresar a la sala virtual y, por supuesto, pagó virtualmente. Y así avanzamos entre creatividad, virtualidad y mucha solidaridad. El teatro aprendió a nadar atravesando la peste. Pero a diferencia de otros trabajos, la virtualidad no era una alternativa a largo plazo. El actor que se enfermaba no podría jamás hacer función virtual mientras el resto trabajaba presencial. La virtualidad no es una opción para la comunión perfecta. Como en el amor, la magia en el teatro es y será el encuentro perfecto entre los cuerpos, las riadas que se cruzan a través de la cuarta pared, el sudor y la respiración que se sienten, las emociones y sensaciones indescifrables que generan. En el teatro, como en el amor, la vida es lo fundamental.
Víctor Lanz – Cofundador del restaurante Sauvage
Lo primero que puedo decir es que sentimos incertidumbre. ¿Cuánto iba a durar el encierro? No lo sabíamos. Luego sentimos abandono: por parte de los clientes, porque muchos de ellos desaparecieron, y por parte del gobierno, que seguramente tenía otras prioridades que nada tenían que ver con los restaurantes. En Francia, por ejemplo, el gobierno les dio soporte financiero a los negocios, pero ese no fue el caso colombiano. A partir de ahí nos enfocamos en sobrevivir económicamente como fuera y en no soltar a quienes trabajaban con nosotros. Algunos de nuestros colaboradores se pusieron a vender empanadas, por ejemplo, pero las ganancias eran de diez, quince mil pesos, como mucho, en un día. Ahí fue importante la solidaridad y el cariño del equipo de trabajo, y la típica resiliencia del trabajador colombiano, siempre con su optimismo. Entre todos nos sostuvimos. Con el paso de los días, poco a poco se fue sintiendo la solidaridad de algunos clientes fieles que nos apoyaron. En todo caso, nuestras ventas cayeron en un 80%.
El aprendizaje tuvo que ver más con lo filosófico: nunca hay nada adquirido que podamos dar por sentado. La situación de hoy puede cambiar de la noche a la mañana y eso fue lo que ocurrió. Entonces aprendimos resiliencia, a aguantar, a no pensar tanto en el día siguiente. Eso es muy importante porque en el feroz mercado actual debes ser muy adaptativo. Antes de la pandemia estaba todo más o menos claro, abrimos un restaurante y la gente vino, nos iba bien. Durante la pandemia tuvimos que adaptarnos y entrar en la dinámica del domicilio, que no es lo nuestro, pero fue lo que se impuso. Sé de restaurantes con músculo financiero grande a los que no les costó tanto como a nosotros. Cocinas como la de Harry Sasson podían facturar cuarenta millones de pesos durante la pandemia. Pero esas fueron excepciones. Nosotros desarrollamos un menú sofisticado en esa época, quisimos seguir innovando culinariamente: pastrami de lengua hecho en casa, mayo de trufa, por ejemplo, pero en esos días los clientes no querían arriesgarse y optaban por platos que conocían. Querían estar seguros. Si la gente está asustada, pierde el sentido de la aventura.
Después de la pandemia se apretó mucho más la competencia. Ya no solo compites contra los restaurantes de tu barrio, sino contra los de toda la ciudad. Las redes sociales y sus opciones se hicieron más fuertes y en ese sentido el cliente tiene muchísimas más opciones que antes para escoger. Los clientes hoy son más reyes que nunca. La situación de la pandemia aceleró las cosas en una dirección que ya estaba en marcha.
Víctor Beltrán — Conductor médico
Mi trabajo durante la pandemia fue el mismo que antes de la pandemia. Transportaba médicos y enfermeras a los domicilios para sus consultas domiciliarias. Cuando llegó la pandemia nos exigieron el uso de tapabocas y, en algunos casos, el de las polainas y gorro para el manejo de desechos clínicos: lo que se usa para la vacunación, para los respiradores. Yo no tenía acceso a las clínicas, solo el transporte. Pero notaba la paranoia de la calle cuando llegábamos a un edificio y la gente nos empezaba a mirar extraño, o a separarse. Desde las ventanas empezaban a filmarlo a uno. Uno parqueaba en la calle y entraba el profesional al domicilio para atender al paciente, y uno tenía que hacer la pausa activa, bajarse, caminar, no quedarse sentado todo el tiempo. Y me filmaban. Una vez le gritaron a la una doctora en un conjunto que se quitara la bata blanca. Que se la quitara, que se la quitara. No sé por qué. Si un paciente fallecía debíamos entrar a los domicilios a recoger los insumos clínicos, lo que sobra de la hospitalización domiciliaria: las bombas de infusión, las jeringas, los frasquitos, todo eso se maneja aparte, no se puede botar a la basura común. Para que no nos miraran raro, no me subía al ascensor si iba alguien más, yo esperaba, para tener más espacio. Así iba más tranquilo.
Mateo Fernádez — Entrenador personal
Yo vivía con mi mamá cuando nos encerraron. Pero uno de mis mejores parceros, Lorduy, de Piso 21, me dijo que me fuera a vivir con él, y fue una gran ayuda. Estar encerrado para mí fue muy chimba porque aprendí muchas cosas y me di cuenta de hasta dónde puedo llegar. En parte porque Lorduy me ayudó a darme a conocer con ciertas personas que fueron una gran vitrina para lo que yo hago, pero sobre todo porque me di cuenta de que yo era muy bueno en lo que hacía, que a la gente le gustaba mucho mi pasión. Eso me dio confianza. Al principio, cuando le propuse a la gente seguir entrenando virtual, porque era la única opción que había, hubo varias personas que no lo aceptaron, pero con el tiempo les tocó ceder. Era la única herramienta. Toda la gente estaba en un solo ambiente haciendo todo, entonces el ejercicio se volvió el escape, el refugio, la única manera de poder liberar endorfinas, oxitocina, serotonina, estas hormonas que nos dan bienestar, que nos hacen sentir llenos y con las que podemos conciliar el sueño, que también fue un problema. Muchos de los clientes nuevos que llegaron en la cuarentena siguen conmigo cinco años más tarde. Pero yo sí bajé mucho mi nivel, porque a mí me encanta la calle y entrenar afuera. Cuando volví a salir me di cuenta de que no había hecho un carajo, necesito el aire libre para hacer deporte, y todas las vitaminas que nos da el sol.
Coqueta – Directora de la Fundación Lxs Locxs, un espacio seguro para personas con géneros no normativos y trabajadoras sexuales
Que nos encerraran de la noche a la mañana fue fuerte. No estábamos preparadas. Muchas de nosotras vivimos del día a día y no teníamos ayuda de nada. Las instituciones no hicieron nada. Lo del alimento fue algo muy fuerte, las que tenían para comer una vez al día, para dos no había. Aprendimos a cultivar desde la huerta casera. El Jardín Botánico nos capacitó y nos dio tierra y semillas. Salimos a marchar frente a la Alcaldía y frente a la casa de la alcaldesa. Queríamos que nos tuvieran en cuenta, teníamos necesidades. Pero ni la Alcaldía ni Integración Social lo hacían.
La cuarentena implicó para muchas de nosotras el desplazamiento porque no había con qué pagar el arriendo. A muchas las sacaron de sus casas: o las recogían otras amigas o, definitivamente, les tocó calle. Los dueños de los hoteles cobraban tarifas elevadas, la policía nos perseguía. Había una chica con doce comparendos, pero si no había para comprar comida, mucho menos para pagar comparendos. Como todo se volvió COVID, se olvidaron de los tratamientos de las chicas. Y a las que estaban enfermas les daba miedo ir al hospital. Una misma estaba todos los días preguntándose qué iba a hacer al otro día, qué iba a comer, para dónde iba a coger.
Agradecemos la ayuda que nos prestaron las organizaciones de base comunitaria para suplir nuestras necesidades. La salud, la vivienda y la alimentación fueron los principales retos, porque no podíamos hacer nada. Muchas chicas trans que ejercen trabajo sexual tenían que salir a la calle. Una diseñadora hizo unos busos con algunas frases que habíamos hecho con Temblores ONG y se vendieron muy bien. Las ganancias eran para dos organizaciones, la Red Comunitaria Trans y la otra Fundación Lxs Locxs, que estamos en el 20 de julio. Así pudimos reunir fondos y comprar ciento cincuenta mercados. Fue un momento muy difícil de la vida.
María Antonia León — Escritora
A mí la pandemia me enseñó algo muy brutal: que el recurso más importante que tiene cualquier persona que se dedique a la escritura creativa es la salud mental. Durante ese periodo entre 2020 y 2021 no escribí una sola línea literaria, pero creo que tampoco leí. Definitivamente estaba transitando por una crisis personal muy intensa. Perdí mi trabajo, no tenía con qué cubrir mis propias cuentas, caí rápidamente en una terrible crisis financiera, perdí la posibilidad de desarrollar mi emprendimiento, se acabó temporalmente mi matrimonio. Perdí la esperanza, el principal motor para poder desarrollar cualquier acto creativo.
Admiro mucho a las personas que pudieron escribir durante esa etapa y que pudieron aprovechar ese momento de aislamiento y de recogimiento para expresarse con más libertad. En mi caso ocurrió todo lo contrario. Descubrí que para escribir necesitaba no solamente estar tranquila, mental y emocionalmente, sino que también necesitaba poder acudir a la ciudad libremente, sentir que el aire estaba dentro mío y alrededor mío. La sensación de encierro aniquiló por completo mis posibilidades de desarrollar la imaginación, de construir historias, de tejerme dentro de una perspectiva. Creo que la composición literaria depende mucho de la fortaleza mental que tenga un escritor o escritora. Me parece que J.M. Coetzee mencionó algo como esto en su visita a Colombia en 2013, que un escritor o escritora siempre necesita tener su salud mental sana para poder construir una historia y confiar en que la va a poder terminar.
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