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Kendrick Lamar en el Super Bowl: la revolución no fue televisada

15 de febrero de 2025 - 6:00 pm
La presentación del rapero de Compton, la más vista en la historia del Super Bowl, confirmó su talento como narrador. Pero su intención revolucionaria se quedó corta por el escenario en el que tuvo lugar. ¿Cuáles son las posibilidades radicales del hip-hop en 2025?
Zül-Qarnain Nantambu, uno de los cientos de bailarines que apoyaron la presentación de Kendrick, protestó con una bandera de Sudán y Palestina durante la presentación de Kendrick Lamar. Foto de Emilee Chinn/Getty Images
Zül-Qarnain Nantambu, uno de los cientos de bailarines que apoyaron la presentación de Kendrick, protestó con una bandera de Sudán y Palestina durante la presentación de Kendrick Lamar. Foto de Emilee Chinn/Getty Images

Kendrick Lamar en el Super Bowl: la revolución no fue televisada

15 de febrero de 2025
La presentación del rapero de Compton, la más vista en la historia del Super Bowl, confirmó su talento como narrador. Pero su intención revolucionaria se quedó corta por el escenario en el que tuvo lugar. ¿Cuáles son las posibilidades radicales del hip-hop en 2025?

Parece que a Kendrick Lamar le gusta empezar sus conciertos desde encima de un carro. Hace diez años, en los BET Awards de 2015, fue una patrulla de policía grafiteada. «Odiamos a la policía / Nos quieren ver muertos en la calle», protestó Kendrick desde el techo de la patrulla. La canción hacía parte de To Pimp a Butterfly, publicado tres meses atrás, se llamaba «Alright» y ya estaba en camino de establecerse como un himno no oficial del movimiento Black Lives Matter: porque le hablaba a la policía de frente y señalaba sus manos ensangrentadas; porque ante el dolor de los asesinatos de Michael Brown, Eric Garner y tantos otros, el coro era un mantra de esperanza: «Vamos a estar bien. Vamos a estar bien. Vamos a estar bien».

Alton Sterling y Philando Castile fueron asesinados por la policía en el verano de 2016. Por eso Colin Kaepernick se quedó sentado durante el himno nacional en el tercer partido de la pretemporada de los San Francisco 49ers. «No voy a pararme y mostrarme orgulloso por una bandera que oprime a la gente negra», explicó el mariscal. «Para mí, esto es más grande que el fútbol americano, y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado. Hay cuerpos en la calle y hay oficiales que están en licencias pagadas que se están saliendo con la suya». En el siguiente partido, en vez de quedarse sentado en la banca, se arrodilló en el campo de juego mientras sonaba el himno: así continuó su protesta y, a la vez, mostró su respeto por las fuerzas militares estadounidenses. A pesar de las presiones y las críticas de los medios, Kaepernick se arrodilló en cada partido de la temporada. Donald Trump ya era presidente cuando dijo que deberían despedir a todos los jugadores que protestaran contra el himno. Esa fue la última temporada de Kaepernick, que alegó que los dueños de la NFL se habían coludido para sacarlo de la liga. Los llevó a juicio y, al final, llegó a un acuerdo económico por fuera de los tribunales.

El caso Kaepernick fue una mancha ruidosa en las relaciones públicas de la NFL. Y la liga encontró una solución perfecta para demostrar que no era racista: contrató a Jay-Z y su disquera Roc Nation para que se hicieran cargo del espectáculo del medio tiempo en el Super Bowl. El primer concierto de esta lavada de cara institucional fue el de Shakira y Jennifer López en 2020, seguido por el de The Weeknd el año siguiente. El 2022 fue puro rap: Dr. Dre, Snoop Dogg, Eminem, Mary J. Blige y Kendrick Lamar, que cantó «Alright», y censuró los versos más polémicos. Rihanna y Usher continuaron con el show, y Kendrick volvió en 2025: nunca antes un rapero, uno solo, se había encargado del concierto del medio tiempo del Super Bowl. 

El presidente de Estados Unidos Donald Trump estaba el domingo pasado en un palco del Superdome, de Nueva Orleans, donde los Eagles de Filadelfia aplastaron a los Chiefs de Kansas City en el Super Bowl LIX. Kendrick fue el elegido para el medio tiempo luego de que aniquilara a Drake en su enfrentamiento de 2024 y cerrara el año con un nuevo álbum: GNX. Ese es también es el nombre del Buick clásico del 87 en el que su padre —que en los 80 abandonó la violencia del lado sur de Chicago y apostó por Compton, Los Ángeles, como hogar para su familia— lo llevó de vuelta a casa luego de su nacimiento. 

Kendrick empezó su presentación del Super Bowl encima de un GNX. Los botones de Play Station en las esquinas del escenario nos avisaban que se trataba de un juego, y así lo confirmó Samuel L. Jackson, que interpretó al Tío Sam, al establecimiento, a Estados Unidos: «Este es el gran juego americano», dijo en la introducción, hablando del partido, y quizás también de la búsqueda de un rapero por sobrevivir a su entorno caníbal y cambiar su vida y la de los suyos. Kendrick ya había hablado de tú a tú con el Tío Sam y todas las tentaciones que le presentaba en la primera canción de To Pimp a Butterfly. Una década más tarde, el Tío Sam le indicaba qué quería ver el país. O, más bien, qué no quería: «Muy escandaloso, muy peligroso: ¡muy ghetto!», se quejó Jackson luego de las primeras canciones, una inédita y la otra la eléctrica «Squabble Up». «Señor Lamar, ¿usted de verdad sabe cómo jugar el juego?».

La pregunta es amplia, y cubre a todo el hip-hop, que de su origen humilde hace cincuenta años ha pasado a ser una multinacional billonaria. ¿Eso quiere decir que ganó el juego? ¿Acaso las personas negras y latinas pueden ganar en un juego diseñado por el Tío Sam? Kendrick, un apasionado de la narrativa, reconoció las tensiones de este gran juego americano construido sobre el mito de rags to riches, durante una presentación corporativa  patrocinada por Apple Music para promocionar su gira internacional, producida por Live Nation. De todas formas, quiso aprovechar el pequeño margen de subversión que le quedaba y mientras rapeaba «Humble» —una muestra sarcástica de humildad ante las exigencias del Tío Sam—, decenas de bailarines vestidos de rojo y azul, los colores de los bloods y los crips, dos grandes pandillas de Los Ángeles, se juntaron con otros de blanco para formar la bandera de Estados Unidos. En el medio estaba Kendrick, como si su país fuera la pandilla más grande de todas.

Su micrófono estaba bajito, pero Kendrick rapeó con destreza y sin esfuerzo mientras se movía por todo el Superdome, cortando o adaptando las palabras altisonantes. No fue un derroche de energía pirotécnica ni una exhibición de sus principales éxitos, sino una presentación contenida y precisa. De «DNA» y «Euphoria» saltó a «man at the garden» y su leitmotiv con el que se asegura que se merece todo. Bajó el ritmo luego de «peekaboo», y SZA lo acompañó para «Luther» y «All The Stars». El Tío Sam estaba complacido: «¡Eso es lo que quiere América! Lindo y tranquilo. Ya casi llegas, no lo arruines…». 

Ya había amagado una vez con lanzar la que fue la canción del 2024, el clavo final en el ataúd de Drake y la ganadora de cinco Grammys el domingo anterior. Habló de las demandas que Drake interpuso contra Universal, la disquera de ambos; de las divisiones culturales y de cómo esta cuestión era más grande que la música; y, finalmente, de cómo la influencia no se podía fingir. Y al fin entró «Not Like Us» y todo un estadio llamó pedófilo a Drake; la sonrisa con la que Kendrick mencionó su nombre fue digna de un gran villano. «TV Off», primo estilístico de «Not Like Us», fue la conclusión y en las tribunas se leía «Game Over»: quizás una celebración de la victoria más contundente y espectacular en la historia del rap; o tal vez el reconocimiento de que por más que lo intente, no hay forma de que pueda ganar el juego. 

Un récord: 133.5 millones de personas vimos por televisión el concierto de Kendrick Lamar en el Super Bowl. Vimos en acción a uno de los raperos más grandes de todos los tiempos. No tendríamos por qué esperar más. En Mr. Morale & the Big Steppers, de 2022, Kendrick nos dijo de todas las formas posibles que no es nuestro salvador, que primero que todo se escoge a él mismo. Así que no tendríamos por qué esperar que nos diera un «Alright» para estos tiempos turbios, ni que emitiera una luz de optimismo. Todos los símbolos que dispuso crearon un tejido de significados mucho más rico y profundo que cualquiera de los conciertos anteriores. Abundaron los análisis semióticos que analizaron cada guiño y constataron su poder narrativo. 

Los ocho años de Obama en el poder, cuando Kendrick se consolidó en la cima del juego del rap, estuvieron marcados por disputas simbólicas y nuevas imágenes que retaban el régimen visual establecido, imágenes como la portada de To Pimp a Butterfly: una centena de hombres negros celebrando con botellas y fajos de dólares frente a la Casa Blanca, a punto de tomársela. Imágenes como Kendrick encima de una patrulla, rapeando que odiaba a los policías que los querían matar. «Esta es la razón por la que digo que, en los últimos años, el hip-hop ha sido más dañino para los jóvenes afroamericanos que el racismo», dijo, escandalizado, el periodista de Fox News Geraldo Rivera luego de los BET Awards de 2015. La suma de esas imágenes era un torbellino que detonaba discusiones pendientes, urgentes, emocionantes, de las que Kendrick era un gran catalizador. 

«La revolución está a punto de ser televisada, eligieron el momento correcto pero al tipo equivocado», dijo Kendrick al inicio del concierto. Y en lo que vimos a continuación habríamos podido encontrar un potencial revolucionario si estuviéramos en 2015. Pero desde entonces no solo Kendrick rechazó esa responsabilidad una y otra vez —aunque le guste coquetear con ella de vez en cuando— sino que además se agotó la esperanza que había traído Obama, la que podíamos escuchar en «Alright». Ninguna de las reivindicaciones durante su gobierno evitó que la derecha más dura ganara las elecciones en 2016, ni que volviera a hacerlo en 2024. A las millones de personas cuyos derechos ha vulnerado el gobierno de Trump no les sirve la semiótica.

Al hip-hop le gusta la palabra «revolución». No sé quién se inventó la estupidez romántica de que «rap» era la sigla de «revolución, actitud y poesía», pero el impacto de su idea fue enorme en el desarrollo del hip-hop latino y nos dio una buena cantidad de canciones pésimas. El hip-hop no tiene por qué ser una plataforma para el activismo político: lleva más de cincuenta años cambiando vidas en todos los barrios del mundo, dándoles a los niños de esos barrios una forma de expresión en sus propias palabras, una salida, un sueño. Sí ha transformado la sociedad. Los raperos que logran cumplir ese sueño y se hacen ricos no tienen por qué cambiar el sistema, y eso no les quita ningún mérito.

Me emociona ver cómo el hip-hop conquista nuevos picos, como el Super Bowl allá, o el Movistar Arena acá. Pero no hablemos de revolución, una palabra que, si todavía rima con hip-hop, lo hace lejos de esos grandes escenarios, de los grandes capitales. «No me gustan ni la NFL ni Jay-Z / Son propaganda para el complejo militar / De la misma arma que le disparó al pequeño Terry en el oeste / La misma arma que le disparó a Samir en Cisjordania / Y todos pensamos que el Super Bowl es lo mejor que hay», escupió la rapera Noname en 2023. Dale, Kendrick, dale / Mira cómo vuela alto el jet de combate / Se glamoriza la máquina de guerra / Jugamos el juego para pasar el tiempo». Si sabemos dónde buscarlas, todavía hay muchas vertientes radicales en el hip-hop. 

El rap es música posmoderna que habita la contradicción, como bien sabe Kendrick, como comentó con ese «Game Over» tras su presentación, que dio cuenta de sus talentos como narrador, dentro y fuera de las canciones. Pero no era necesaria una narrativa compleja, bastaba un gesto sencillo e inesperado para estremecer la estructura. Mientras Serena Williams bailaba al compás de «Not Like Us», la bandera de Estados Unidos palideció frente a la que levantó  Zül-Qarnain Nantambu, uno de los cientos de bailarines que apoyaron la presentación de Kendrick: era una combinación de la de Sudán y la de Palestina, y decía «Sudán» y «Gaza».

Ese gesto pequeño, como el de Kaepernick, fue demasiado para la NFL: los oficiales de seguridad persiguieron a  Nantambu hasta derribarlo. La NFL luego anunció que aunque no tomaría acciones legales y que Nantambu —que se describe como músico, director de cine, diseñador de modas y luchador por la libertad, y discute en YouTube su vida como musulmán en Estados Unidos— sería vetado de por vida de todos sus eventos. «Tenemos una vida lujosa en comparación con lo que ellos están viviendo», le dijo Nantambu al Daily Mail. Quería mostrar solidaridad con las víctimas de estos países, y, sobre todo, responder la pregunta que él mismo se hizo: «¿Vas a ser valiente? ¿Vas a ser un cobarde? ¿Vas a tomar una posición?». 

La transmisión del Super Bowl no mostró el momento en que Nantambu levantó la doble bandera; su gesto lo vimos después por las redes sociales, que capturaron lo que la cámara ignoró. Es tan obvio que casi sobra decirlo: Kendrick estaba equivocado, la acción más revolucionaria de la noche no podía ser televisada. 

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