Las palabras «oro» y «codicia» sugieren el hallazgo tóxico de la riqueza. Suponen la codicia de los mineros ilegales, inconscientes en términos ecológicos y sociales. Pero, ¿qué sucede con la codicia de aquellos que invierten y ocultan en bóvedas toneladas de oro? ¿No son acaso los que mantienen el precio irresistiblemente alto? ¿Su demanda excesiva no fomenta la extracción desaforada en ríos y selvas? ¿Por qué no se considera codiciosos a sus inversionistas como en un fondo de pensiones o en un banco? ¿Por qué invertir y acumular oro en grandes cantidades es prestigioso, pero extraerlo es visto como algo codicioso?
El oro acreditado que se adquiere a través de la inversión y para acumular riqueza está purificado tanto moral como físicamente. Su valor se crea no solo por la cadena que transporta y refina el oro, también por todos los que contribuyen a la purificación moral del metal y a la transformación de su valor, que pasa de ser algo inestable, caótico y riesgoso en el momento de la extracción, a ser algo sólido, indestructible y libre de riesgo en los mercados financieros.
Esta transformación de valor se hace posible por la óptica racial que se le atribuye al deseo: extraer oro se percibe como una voluntad ilegítima, contraria a la de quienes lo compran. Las poblaciones mineras, generalmente ubicadas en el sur global, son consideradas poco productivas, incapaces de autogobernarse y sin visión de futuro, y su excesiva atracción por el oro debería ser gobernada, controlada y atenuada. Mientras tanto, quienes invierten en oro son en su mayoría hombres blancos del norte global, elogiados por su capacidad para calcular riesgos, invertir su capital con astucia y ser el motor de la economía global. Su apetito por el oro es celebrado y estimulado.
La racialización del deseo surgió desde la Conquista y continúa hoy más viva que nunca. Su existencia nos impide imaginar la posibilidad de construir una relación diferente con el oro y retar al sistema financiero que solo le da valor a través del ocultamiento y la acumulación.
El deseo por el oro en el mundo financiero
El Consejo Mundial del Oro (WGC, por sus siglas en inglés) es la organización líder en la industria de este metal. Está conformada por treinta y dos de las empresas mineras más grandes del mundo. Su misión es estimular la demanda global mejorando la comprensión, el acceso y la confianza en el mercado. Publican estadísticas sobre su producción y demanda, y trabajan con todos los que influyen tanto en las políticas como en los estándares y acuerdos internacionales.
El WGC también produce documentales y videos publicitarios sobre la importancia del oro. Resaltan sus cualidades físicas para impresionar al consumidor con un metal indestructible, estable y eterno, estimulando así a los inversionistas.
El valor financiero del oro no surge entonces de una lógica económica racional, sino que se construye de manera afectiva para destacar su conexión con las emociones. La principal tarea del WGC —más que proveer y analizar los datos económicos que sustentan por qué el oro es valioso— consiste en «contar la historia del oro» como un metal que ha sido deseado históricamente por todas las culturas.
Pero si el oro es un metal con un valor intrínseco, ¿por qué existe una organización como el WGC que estimula y perpetúa su deseo? Porque la historia del valor intrínseco del oro no es del todo cierta. De hecho, la antropología ha cuestionado que el oro sea igual de valioso para todas las culturas. Es innegable que numerosas sociedades se han sentido atraídas por el oro alrededor del mundo, pero esta atracción se ha manifestado principalmente en la orfebrería y en las prácticas rituales. Solo la sociedad moderna se obsesionó por fundirlo para convertirlo en lingotes con el único objetivo de almacenarlos como una inversión segura. Durante la conquista de América, vaya ironía, los españoles convirtieron miles de piezas de orfebrería indígena en lingotes y se burlaron de los nativos por no entender «el valor real» del oro.
Su atracción en la sociedad moderna se debe a la ansiedad de acumularlo. Nos han dicho que es valioso mientras pueda acumularse para preservar y reproducir la riqueza. Pero la acumulación y preservación de la riqueza a través del oro supone la desigualdad entre quienes tienen capital y poder y quienes no.
¿Oro responsable?
Para que el WGC pueda promocionar las cualidades físicas y morales del oro es fundamental que se garantice su pureza física y química. Una organización líder a nivel mundial, el London Bullion Market Association (LBMA), certifica a las refinerías internacionales que producen lingotes de acuerdo con el estándar Good Delivery List (GDL). Hasta 2011, el LBMA solo se interesaba en garantizar la pureza física del oro y de otros metales preciosos, pero después del escándalo que probó que la guerra en la República Democrática del Congo estaba siendo financiada con dinero de la extracción de oro, la industria se empezó a preocupar por el riesgo que ponía en duda su reputación.
En 2011, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), conocida como «el club de países ricos», publicó la Guía de debida diligencia, un referente global de abastecimiento responsable. Su objetivo es que las empresas que incrementan la cadena de valor del oro prevengan y mitiguen sus impactos negativos en las comunidades. Sin embargo, estas empresas adoptaron la guía como un mecanismo para evitar que sus cadenas de suministro se «contaminaran» con «oro sucio» (ilegítimo o de origen sospechoso). Esta decisión tuvo efectos devastadores en la minería artesanal y de pequeña escala (MAPE), que fue estigmatizada y excluida del mercado global. En Colombia, las refinerías más grandes del mundo se vieron involucradas en escándalos de comercialización de oro ilegal y cortaron relaciones con exportadoras de oro colombiano, lo que enredó aún más las posibilidades de formalización de la MAPE.
Durante muchos años, la MAPE fue percibida por los mercados internacionales como productora de un oro indeseable. No obstante, en 2022, con la conferencia de Sostenibilidad y Abastecimiento Responsable organizada por el WGC y el LBMA, la industria vio en la MAPE una oportunidad para fortalecer su reputación en el aporte al desarrollo sostenible y la superación de la pobreza en los países del sur global. Un año después, el tema más discutido en el Foro sobre Cadenas de Suministro de Minerales Responsables de la OCDE fue la importancia de no seguir excluyendo a la MAPE de las cadenas de valor.
En este tipo de congresos y en los grupos de trabajo, conformados por distintos actores de la industria para discutir temas cruciales, se invita a representantes de organizaciones consideradas más «bondadosas» o «virtuosas» —oenegés, universidades o líderes de la MAPE— para nutrirse con el valor moral de sus discursos. De esta manera, las estrategias de abastecimiento responsable no consisten simplemente en evitar que el «oro sucio» se cuele en los mercados internacionales, sino en construir una imagen y una ética sobre la industria y las organizaciones consideradas como un sector sensible, bondadoso y preocupado por la superación de la pobreza: en términos morales, la industria y el mineral son entonces buenos.
El problema es que a través de la minería de subsistencia se cuela el oro proveniente de la minería criminal. Entonces, si usted fuera un tendero de un pueblo minero, ¿se atrevería a decirle al Clan del Golfo que no se va a inscribir como minero de subsistencia para «lavarles» el oro?
La promesa de la trazabilidad
El interés por el abastecimiento responsable se ha construido sobre la «trazabilidad»: la promesa sugiere que es posible rastrear el verdadero origen del oro. Esto ha creado un mercado de soluciones tecnológicas que van desde softwares que registran el historial de transacciones de compra y venta de oro en blockchains —informaciones codificadas de transacciones en la red—, hasta nanopartículas líquidas para bañar un lingote con toda la información de su origen.
En Colombia, como respuesta a los escándalos de exportación de oro ilegal, evidenciados durante el operativo de la Fiscalía denominado Leyenda del Dorado (2017-2019), que terminó con la intervención de dos de las comercializadoras internacionales de oro más grandes del país, han surgido diferentes iniciativas de rastreo que prometen garantizar a los exportadores de oro el cumplimiento de los requisitos legales para comprarlo de forma responsable y evitar a toda costa que el «oro sucio» se cuele en el mercado.
Desde 2020, el Ministerio de Minas y la Agencia Nacional de Minería de Colombia han intentado poner en marcha un sistema público de trazabilidad que no ha logrado consolidarse principalmente por falta de voluntad política. Curiosamente, la trazabilidad parece no tener valor político, pues es un mecanismo para purificar moralmente a los mercados financieros (para garantizar que a ellos les llegue un «oro limpio»), pero no contribuye a solucionar el problema de la extracción de oro ilegal. En otras palabras, es un mecanismo para filtrar el «oro bueno» y dejar al país enredado con el problema de controlar el «oro malo».
En el caso de Colombia, la trazabilidad es casi una utopía debido a la imposibilidad de diferenciar el oro legal del informal e ilegal. Desde 2016, con el objetivo de descriminalizar a la mape, el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos flexibilizó los requisitos para que un minero de subsistencia pudiera vender oro de forma legal y, desde ese momento, solo basta con estar inscrito en Génesis (el registro de la Agencia Nacional de Minería, ANM, para mineros de subsistencia) con el propósito de que su oro pueda ser comprado de forma legal. El problema es que a través de la minería de subsistencia se cuela el oro proveniente de la minería criminal. Entonces, si usted fuera un tendero de un pueblo minero, ¿se atrevería a decirle al Clan del Golfo que no se va a inscribir como minero de subsistencia para «lavarles» el oro?
La trazabilidad es una utopía porque si fuera posible separar el «oro bueno» del «oro malo» la producción a nivel mundial no sería suficiente para abastecer la demanda de los mercados financieros. En otras palabras, el mercado global necesita, para sostenerse, de las relaciones sociales ilegales y de explotación de los países del sur global.
¿Cómo revertimos la racialización del deseo?
La política minera del Gobierno de Gustavo Petro propone construir una «minería para la vida» basada en el principio de la soberanía de los minerales. Esto significa que la nación debería tener la capacidad de decidir qué minerales se extraen, en dónde y para qué; se plantea que los minerales que se extraigan deberían usarse para fomentar la transición energética y la reindustrialización del país.
Paradójicamente, el oro no es necesario ni para la transición energética ni para la reindustrialización. Sin embargo, a finales de 2023 la anm lo incluyó en el grupo de Minerales Estratégicos argumentando su capacidad de fortalecer el tejido social a través de la asociatividad. Pero el sentido común nos hace pensar que la extracción del oro genera todo lo contrario: codicia, violencia y conflictos, detonando la racialización del deseo. Así, nos han hecho creer que en el sur global no podemos tener una relación con el oro distinta a extraerlo y a dejar que otros transformen su valor.
Una solución posible es disminuir significativamente la demanda por el oro financiero y que las naciones productoras de oro puedan recobrar la soberanía de su mercado y no solo se interesen por su extracción. Pero aún estamos atrapados en la racialización del deseo y el placer de que nuestro oro se mueva en los mercados globales.
Para hacerle frente a esto deberíamos imaginarnos como país, como región y como un conjunto de naciones ricas en oro; una forma de revertir el proceso de purificación física y moral que nos ha ubicado desde la época de la Colonia en el eslabón más débil de la cadena y nos ha coartado la posibilidad de imaginar diferentes formas de valorar el oro.
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