Sus primeras películas desarrollaron lo político en Chile, la dictadura de Pinochet, pero de repente aparece una película como El conde. ¿Considera que ese fue el cierre de un capítulo en su filmografía?
Muy posiblemente. No me atrevería a cerrar nada por ahora. Pero sí creo que es el fin de un ciclo, en el sentido de que las primeras películas que hice, más que al dictador y el poder mismo, trataban las consecuencias. Cómo les pegaba la dictadura a personajes que no estaban en el centro de la historia, como Tony Manero y Post Mortem. Después hicimos No, que está en un tono más satírico, un poco farsesco, también de personajes que están un poco al margen. En cambio El conde es una película que viene a enfrentar al dictador, a verlo de frente, a mostrarlo como un vampiro. Y viene a establecer un lenguaje, ojalá, más bien atmosférico, metafórico ante su figura. Es una idea sencilla: que el mal a veces es invisible y casi permanente.
¿Por qué recurre a la sátira para narrarlo?
Haciendo películas he aprendido que, incluso si uno tiene un personaje que es muy incómodo y antipático en el centro de la historia, eventualmente se producen mecanismos de empatía para aceptarlo, quererlo y admirarlo. Y nosotros de ninguna manera queríamos ser empáticos con Pinochet. En El conde, la manera de poder enfrentarlo era a través de la farsa, la sátira, mirar al poder desde el humor negro. Quizás con el tiempo eso cambie y haya otros realizadores que encuentren una manera distinta de contar esa historia.
Me llama la atención que en No, usted se enfoca en la publicidad. ¿Por qué?
No cuenta la hazaña brillante de un grupo de personas que entendieron que la manera de derrocar a Pinochet —por lo menos en lo que respecta a la campaña televisiva que se hizo, y que tuvo un impacto muy grande en su momento— era a través de un mensaje positivo. En vez de dar cuenta de los horrores y de las violaciones a los derechos humanos, decidieron darle un contenido alegre al relato que tuvo mucha influencia en el resultado de la elección.
Ahora, también es una película que muestra cómo Chile y la gente que hizo la campaña utilizaron las herramientas del dictador, que son las herramientas del capitalismo, la publicidad, para derrocarlo. Usaron su mismo veneno, digamos. Y hay una paradoja: si te fijas, la primera escena de No es un publicista ofreciendo una campaña publicitaria para una bebida similar a Coca-Cola que existía en Chile y, además, se llamaba Free. Y la última escena es igual a la primera, lo único que cambia es que el producto, entonces, es una teleserie. En el fondo, lo que quisimos mostrar también fue que una vez llegó la democracia a Chile, el modelo económico se mantuvo, y quizás haya ahí una derrota; o un triunfo secreto, si quieres, de Pinochet. Ese capitalismo todavía nos gobierna, y ha traído réditos muy importantes para Chile en muchos niveles. Y también ha sido un capitalismo del que hemos abusado en algún nivel, y ha tenido consecuencias complejas. La película da cuenta de eso.
Al cine no le corresponde hacer pedagogía, pero a la gente más joven, nacida en este siglo, ¿le sirve ver a Pinochet en sus películas?
No ha existido de mi parte el ánimo de hacer un cine pedagógico que enseñe y que intente contar la historia de Chile desde el punto de vista mío. Tal vez lo que termina ocurriendo, naturalmente, es que, claro, como bien dice, las generaciones más jóvenes conocen lo que ocurrió en Chile a través del cine o la literatura, a través de las artes en general. Quizás, en ese espectro, mi trabajo también ha contribuido a que algunas personas se hagan idea de lo que ha pasado en Chile. Si es así, me parece bien. Pero, obviamente, yo soy una persona que trabaja desde la ficción y no intento educar a nadie. Pero ocurre naturalmente.
Su familia es de la élite de Chile. ¿Ese privilegio le da alguna ventaja frente a otros directores de izquierda de clases populares? ¿Le permite ver cosas distintas sobre el poder?
Es difícil para mí contestar eso, no me resulta fácil autorizarme. Cada uno a través de su biografía —de su entorno, de su educación— tiene más o menos herramientas. A mí me dieron las herramientas de la disciplina y el respeto. Es una buena pregunta, pero no sé si soy yo quien la pueda contestar de mejor manera.
¿A usted le afectó en algo la dictadura de Pinochet?
No, no directamente.
¿Cuándo cree que va a empezar a haber cine de los fenómenos sociales de Chile de los últimos años?
En Chile hubo un estallido social, y luego dos intentos fallidos de reformar la constitución. Han pasado muchas cosas muy interesantes, importantes, algunas más alentadoras, otras más frustrantes, depende cómo lo quieras ver. Pero, probablemente, el cine y seguramente también el documental, a veces no van tan encima del relato. No somos periodistas y necesitamos que el tiempo procese algunas ideas para luego nosotros poder reprocesarlas en la imagen. Me cuesta saber cuándo va a haber películas sobre estos temas tan recientes, pero estoy seguro de que van a venir y van a dar cuenta, a repensar lo que se pensó, a revivir lo que se vivió.
Usted se ha metido con el poder y también con la Iglesia, otra institución intocable. ¿Cuál ha generado más conflicto?
Depende de la película. Cada una ha tenido un resultado y una reacción distintas, dependiendo del tema y el momento en que fue realizada y, luego, puesta a disposición del público. Han generado incomodidad, a veces en la izquierda, a veces en la derecha, a veces en ambos lados. No sé, no miro mucho las consecuencias de eso. Y creo, además, que el cine también opera en un lugar en el que la gente la ve o no la ve. Eso es importante, la gente puede elegir qué ver y qué no. Y, probablemente, cuando van a ver una película de esta naturaleza, saben un poco —quizás no en detalle, pero un poco— a qué se podrían enfrentar. Y eso está bueno, es sano, porque hace también que el espectador sea responsable de lo que está viendo a partir de sus elecciones.
Películas como Jackie, Spencer o María son historias psicológicas más que lineales. ¿Cuál es la razón de este enfoque?
Lo acaba de decir muy bien, es precisamente eso. Es el caso de estas tres biografías, que para mí no son biografías, no me parece que el cine pueda, realmente, hacer una película y decir, «Esta persona fue esta persona». Yo ni siquiera intento hacer eso. No son películas sobre la historia de lo que pasó, sino sobre el personaje. El personaje en un momento crucial, de crisis, un momento específico de su vida. El personaje que, puesto en ciertos lugares, reacciona de una manera que lo define. Las crisis nos definen.
Cualquier ser humano actúa de una manera en los buenos días. Y ante los días difíciles, los tiempos de cambio y dolor, probablemente reaccionemos de una manera particular que nos define mejor que los buenos tiempos. Eso es lo que intentamos ver en nuestras películas: ponemos a un personaje ante una crisis inmensa a ver cómo reacciona.
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