La voz es profunda, lejana, un estertor que tiembla. «Today I watched a man die in a hole from the comfort of my home / The drone flew real low, no rush, real slow / He curled up into himself, a fetus in the womb, womb was the Earth / Grenades landed at his feet and he scrabbled in the dirt». La imagen tiene varios orígenes posibles: la franja de Gaza, Ucrania o cualquier guerra lejana que, sin embargo, vemos de cerca en nuestras pantallas. El nombre de esta canción es «All These Worlds Are Yours»; lo que podría parecer una consigna esperanzadora, rápidamente se desintegra en una certeza que nos estremece: el sufrimiento de otros lugares, de otros tiempos, también es el nuestro.
«All These Worlds Are Yours» marca la mitad de GOLLIWOG, el nuevo álbum de billy woods. Nació en Washington y creció en Zimbabue; su padre, intelectual marxista, era parte del gobierno revolucionario de Robert Mugabe, y su madre era profesora de literatura: su discografía trabaja esa intersección heredada. Ya vivía en Nueva York cuando, en 2002, fundó Backwoodz Studios, el sello desde el que ha publicado discos como History Will Absolve Me (2012) —referencia a las palabras de Fidel Castro luego del asalto al cuartel moncada, con Mugabe en la portada–, o Church (2022) —la primera canción se llama «Paraquat» y le sirve a woods para vincular un químico con el que se erradica la marihuana con Hiroshima y Nagasaki—. Si se junta con ELUCID, son Armand Hammer, un dúo transgresor que relega otras vanguardias a lo inofensivo.
Está en su pico. Va a cumplir cincuenta años y solo hasta hace poco empezó a vivir del rap y dejó de vivir en apartamentos compartidos. Urgentemente radical en una época en el hip-hop a veces parece ser parte del establecimiento, en lugar de confrontarlo, billy woods es uno de los raperos que definen los últimos quince años de esta cultura. Sobre beats de productores como Alchemist, Kenny Segal, Conductor Williams o DJ Haram, y acompañado por colosos del subsuelo como Bruiser Wolf o Cavalier, GOLLIWOG es un disco de horrorcore que se apoya en el jazz, el ambient y el noise, en el afropesimismo y el surrealismo, para dar cuenta de imperios caducos que persisten, de miedos perennes, como el momento eterno cuando el doctor revisa los resultados de los exámenes. «12 billion USD hovering over the Gaza Strip/ You don’t want to know what it costs to live, what it costs to hide behind eyelids», rapea en «Corinthians», producida por El-P, una barra notable no solo por la denuncia inconfundible entre las imágenes más abstractas, sino por la pregunta que queda colgando sobre nosotros: cuánto cuesta vivir y cuánto cuesta poder cerrar los ojos y olvidarse de todo.
Si Maps (2023), su álbum anterior, se puede leer como una novela sobre la vida de gira de un rapero independiente, GOLLIWOG es un libro de cuentos de terror como Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez o El ojo del gato de Stephen King, dos de los favoritos de woods. Y al igual que Enríquez y King, woods trata el horror como una forma de crítica cultural. En este caso, el punto de partida es la caricatura racista del siglo XIX que le da nombre al álbum y hoy persiste como muñeco coleccionable, valorado en miles de dólares. La portada es un muñeco de trapo que sonríe en el bosque: no sabemos si nos persigue, si lo perseguimos o si somos él. Es un dispositivo tan woodsiano que es casi demasiado obvio. De hecho, cuando era niño, woods escribió un cuento sobre el golliwog; su mamá le dijo que todavía no estaba listo, y que siguiera trabajándolo. Aquí está el resultado.
En GOLLIWOG hay humor: «I had my community sick/ When they unraveled, I time-traveled and still picked Darko Miličić», rapea woods, un regalo para los aficionados de la NBA. También hay gente a la que ama y apenas reconoce; vampiros y una relación tóxica con una mujer casada —ese no es el único punto de contacto con Sinners, de Ryan Coogler: la historia del blues y el dolor de la música negra—; zombis africanos usados por el capitalismo; un Acura cargado de droga que se teletransporta; el fantasma de un viejo amigo que toca la puerta; la figura moribunda de Frantz Fanon, rodeado de agentes de la CIA; y una sala poblada por ejecutivos de la industria musical que lo ven bailar sobre el escritorio, quizás la imagen más aterradora de todas.
No sería un disco de billy woods si no apuntara contra los propietarios abusivos de las viviendas neoyorquinas: «How you gon’ put folks out a week before Christmas / And they got kids? Them people sick in the head, it’s sickening», rapea en «BLK XMAS»; el narrador no es externo, hace parte de los vecinos que observan y se indignan, y que luego se quedan con sus pertenencias. ¿Tú habrías hecho algo distinto?
«Way I see it, it ain’t no past tense», rapea en «Corinthians»; de ahí que el siglo XIX —el origen del golliwog o de la literatura de Joseph Conrad frente a la que este álbum se podría erigir como contrarrelato— se sienta vivo y actual. Pero va más allá. woods escribe en inglés —un inglés que puede ser abstracto o directo, a veces las dos en líneas consecutivas— e interroga su idioma, el mismo cuyo uso hizo que el rapero Earl Sweatshirt le dijera al New York Times que él era uno de los grandes autores de Estados Unidos. «The English language is violence, I hot-wired it / I got ahold of the master’s tools and got dialed in», rapea woods en «Jumpscare», la apertura del álbum. Narra con las mismas herramientas lingüísticas, entonces, que sostienen el proyecto colonial que denuncia y sus consecuencias.
En «Waterproof Mascara», los miedos son domésticos. El productor Preservation samplea el llanto de una mujer sobre un bajo pulsante. El rapeo de woods, con una nota macabra en su interpretación, completa la escena. Una madre llora. Su hijo, asustado, la observa desde el inicio de las escaleras. Conoce ese sonido. También lo ha escuchado desde su habitación. Cuando traspasa las paredes, se cubre los oídos y, con temor, le desea la muerte a él. La muerte llega y la madre lo confirma: el rey ha muerto. En la segunda estrofa, woods describe una casa llena de gas como en la que murió Sylvia Plath, donde los niños lloran y luego ríen, como psicópatas. Sobre todo, en «Waterproof Mascara» hay un verso que me encanta y me intriga, que nos deja ver desde el límite que woods escribe y la forma en que su escritura no deja que salgamos indemnes, nos involucra: «You can’t make this shit up but you welcome to try».
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