Imagínese un barrio que se va expandiendo alrededor y sobre una montaña de basura. Una mole que crece día a día engulléndose insaciable los desperdicios de una ciudad, hasta abarcar siete hectáreas y sobrepasar los cuarenta metros de altura. Un tumor agresivo en constante fermentación del que brotan ranchos de madera y lata de gente sin tierra que saca de la basura su sustento. Personas humildes que se vuelven expertas en volver útil lo que resto de la ciudad indiferente desprecia. Hombres, mujeres y niños que reciclan para sobrevivir desde mucho antes de que la vorágine del consumo nos despertara cualquier atisbo de conciencia ambiental. Un barrio llamado Moravia, en el norte de Medellín, poblado por «tugurianos», como los etiquetaron: a sus casas les decían tugurios.
En los años setenta del siglo pasado, de la mano de un cura revolucionario esos pobladores adquirieron conciencia de clase y se organizaron. Protestaron, defendieron sus ranchos e hicieron misas y procesiones de Semana Santa sobre los desperdicios para reciclar su dignidad. Y se unieron con muchos iguales suyos que resistían a los desalojos en los barrios de las laderas para no dejarse arrasar por el avance de la urbe.
A mediados de los ochenta, llegó un narcotraficante famoso a pescar indulgencias derrochando generosidad. En esas tierras movedizas y efervescentes de gases cimentó su leyenda y lo llamaron Robin Hood. Prometió erradicar los tugurios y a muchos les dio una casa de cemento y ladrillo en un barrio con su nombre que dejó a medio construir.
En Moravia, el 25 de marzo de 1990, hija de una lideresa comunitaria y un reciclador, nació Tatiana Pérez Hernández, la directora de orquesta que hoy recorre el mundo como joven talento de la música clásica nacional. Ha dirigido al lado de grandes maestros como Gustavo Dudamel y Andrés Orozco y hoy, 23 de febrero, se presenta en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo con la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia y la pianista rusa Anna Geniushene.
Su trayectoria
Tatiana Pérez Hernández es reconocida como una de las músicos más talentosas de su generación. Tiene dos maestrías, una en interpretación de violonchelo y otra en dirección orquestal bajo la mentoría del reconocido director Alejandro Posada, gracias a una beca ofrecida por Iberacademy y la Universidad EAFIT.
Fue una de las semifinalistas en el Concurso «La Maestra» en París y finalista en el Taller de Dirección de la New World Symphony en Miami y en el concurso «Mujer Directora Asistente» de la Orchestre de la Suisse Romande en Ginebra, Suiza. Ganó el primer lugar en el concurso «Mujeres Directoras» de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y obtuvo una beca en el «Carlos Miguel Prieto Conducting Fellowship» en México. Participó en el Concurso Internacional de Dirección de Orquesta «Lake di Como» en Italia y ganó la audición para convertirse en la primera directora residente de la Orquesta Filarmónica de Medellín, un puesto que la llevó a obtener reconocimiento internacional.
Realizó el estreno en el Reino Unido de la Cuarta Sinfonía de Florence Price con la Orquesta Chineke! y también ha colaborado con la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, la Orquesta Sinfónica de Xalapa, la Orquesta Filarmónica de Cali, la Orquesta Metropolitana de Caracas, entre otras. Ha trabajado asistiendo a directores como Klaus Mäkela, Gustavo Dudamel y Andrés Orozco Estrada con la Orquesta de París y la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo.
Como violonchelista y directora, Tatiana ha actuado en más de veinte países y actualmente es la directora principal del Estudio Polifónico en Medellín. En esta entrevista con Gaceta habla de sus orígenes y de cómo se ha abierto camino en el mundo de la dirección de orquesta.
¿Cómo era su relación con sus padres?
Tuve una infancia muy linda, mis papás son de origen humilde. Pero como empecé en la música tan pequeñita casi que a mí me crio la escuela de música. Llegaba muy tarde a la casa porque me iba para el colegio y de ahí para la Red de Escuelas de Música. Tengo dos hermanas, una mayor y una menor. Mi mamá era la que alquilaba los disfraces del barrio, es una persona muy creativa, tenía un montón y nosotros jugábamos a ponernos unos disfraces súper únicos. Una vez me disfrazó de arcoíris, con un vestido azul cielo y en los bordados de los brazos los colores del arcoíris, a mi hermana un día la disfrazó de marrana, con las tetas pintadas y todo.
¿Y con su padre?
Mi papá es reciclador, entonces iba mucho a chatarrerías con él. Eso para un niño es un paraíso, porque encuentras un montón de cosas, hay una creatividad que se dispara. Una vez me encontré una bolsa llena de monedas de veinte pesos, entonces mi papá nos compró un toma-todo y eso para mi hermana y para mí fue la locura. Otra vez nos encontramos un clarinete, estaba lleno de telarañas por dentro. Mi papá me enseñó a jugar ajedrez a los cinco años, jugaba con los señores del barrio y les ganaba; de hecho, en la Liga de Antioquia gané varios campeonatos. Al frente de mi casa había un señor que tocaba guitarra y fui para que me enseñara, luego en el colegio me enseñaron flauta y yo era pegada de esa flauta, desesperante, todo el día inventándome canciones.
¿Cómo era la labor de reciclador de su padre en ese barrio que crecía en torno a un basurero?
Mis padres son líderes sociales del barrio. Mi mamá ahora vive en Barcelona (España), con mi hermana, pero desde allá sigue trabajando por la comunidad. Son de los históricos de Moravia, fundadores. Llegaron cuando era el propio basurero e iba el cura Vicente Mejía, que empezó a trabajar con los tugurianos y todo el movimiento de recicladores. Mi papá tiene un depósito de reciclaje y es líder en el sentido en el que arma los equipos de fútbol, entonces lo conoce mucha gente, y mi mamá se dedicó a defender a la gente que le quería tumbar la casa, se sabe todos los decretos.
¿Ese liderazgo social de su madre se ve reflejado en su carrera?
Yo era muy lectora y muy curiosa y leía todos esos papeles de mi mamá, cómo hacer no sé qué; uno chiquitico leyendo esas cosas de grandes, eso permea el desarrollo de la personalidad. Hoy en día, en la dirección de orquesta me ha servido un montón todo ese conocimiento ahí concentrado durante tantos años, la he visto organizar gente y ponerlos a sonar para el mismo lado. En esa empatía con el otro la veo a ella. Tengo esa capacidad de leer muy rápido a las otras personas, emocionalmente sé si un músico la está pasando mal en un pasaje que es muy difícil; puedo tener una idea artística más alta, pero si lo está intentando hasta el fondo no le pido más. Me ha tocado ver a músicos que colapsan en ensayos o que desarrollan ansiedades, depresión, y todo porque tienen un director encima que los machaca. Me gusta hacer un entorno seguro en el que para lograr belleza, te tienes que arriesgar y cuando te arriesgues, si te caes aquí estamos todos para recogerte.
Antes de convertirse en directora de orqueta, durante el pregrado de música fue chelista profesional, vinculada a la Orquesta Sinfónica de Eafit y la orquesta de la Red de Escuelas de Música de Medellín, ¿cómo dio el salto?
Hice mi pregrado en chelo, mi maestría en chelo y con tantas horas acumuladas tocando en una orquesta, siempre fui muy crítica con los directores. Los veía y decía lo que me gustaba y lo que no, y veía lo que se podía mejorar. Pero nunca me imaginé ser directora. En la dirección no tienes instrumento, la música no es tuya, es prestada, la hacen otros, pero la constante en mi vida ha sido estudiar, me gusta mucho y quería aprender más, tenía veintiocho años y quise aprender dirección por dos inspiraciones: el maestro Alejandro Posada y mis compañeros músicos que no sabían resolver muchas cosas. Empecé la maestría en dirección con una beca de Iberacademy, la fundación del maestro Alejandro Posada y la Fundación Hilti de Suiza.
¿Qué cambió de ser chelista a pararse en el atril con la batuta?
Me paré ahí al frente y ya sabía qué tenía que hacer. Fue aprender a cómo sacarlo a través de mi cuerpo. Una cosa muy positiva que tenemos en general los instrumentistas de cuerda es una sensibilidad en los brazos, uno conoce muy bien los movimientos, es como un bailarín de ballet que ha gastado horas y horas haciendo un movimiento para que se vea natural: uno tiene eso. Me pusieron la batuta en la mano y el movimiento ya era muy natural. También hay que tener en cuenta que en una orquesta el 70% de los músicos es de cuerdas, y uno sabe hablar en el idioma de ellos.
Y en 2022 se abrió una convocatoria para director asistente de la Orquesta Filarmónica de Medellín…
La experiencia que pedían era que hubiera dirigido, y yo había dirigido la Orquesta de Iberacademy, también algo en la de Eafit mientras estudiaba. Se presentó gente de toda Colombia. Y me escogieron: la primera mujer en ser directora residente de la Filarmónica de Medellín. De ahí pasé a dirigir la Orquesta Intermedia de la Red de Escuelas de Música de Medellín, que tiene unos cien adolescentes con los que trabajo todos los sábados.
¿Y dejó de tocar chelo?
He dado clases privadas de chelo y también soy tallerista del instrumento en Iberacademy. Igual me gusta siempre estar tocando y hago parte de un cuarteto que tocamos en fiestas y matrimonios, improvisamos; me gusta mucho untarme del músico de la calle, no hay partitura, todo es a oreja, me mantiene muy activa. También grabó mucho en estudios: he grabado vallenatos, champetas, rock, de todo tipo de música.
¿Cómo ha sido dirigir en un mundo tan masculino?
Este es un momento en el que el paradigma está cambiando, especialmente en la dirección de orquesta. Siempre hubo esa figura del hombre, el gran maestro intocable, genio. Incluso en el chelo. Hace cien años las mujeres no tocaban chelo porque no podían tener una figura fálica entre las piernas. Para que las cosas se balanceen tienen que llegar al borde de saturar. Hay un montón de cosas que he hecho en mi carrera de cuenta de darles visibilidad a las mujeres. Todos los marzos, por el Día de la Mujer, tengo la agenda súper llena. Obviamente he tenido violencias basadas en género. Recuerdo mucho una vez con un colega del chelo. Yo tenía un puesto más alto y dije que hiciéramos algo y respondió que calladita me veía más bonita. Ahora, en la dirección de orquesta, a mí particularmente no me ha pasado mayor cosa, porque llego muy de frente.
¿Es consciente, como mujer, de querer dirigir de una forma distinta a los hombres que la han dirigido?
En la dirección salen cosas muy profundas tuyas que ni siquiera puedes controlar. Estás expuesto totalmente, al desnudo. Se nota mucho cuando alguien quiere ser otra persona, por ejemplo, cuando alguien es falso. Simplemente tienes que ser tú y ya la cosa fluye. Decían que las mujeres solamente podían dirigir Debussy, de puro impresionismo francés, más suave, pero creo que la música no tiene género o que los tiene todos, que un hombre puede dirigir un repertorio muy delicado muy bien y una mujer puede dirigir un repertorio más agresivo. A la música no hay que meterla en la caja del género.
¿Qué caracteriza su forma de dirigir?
Es más bien los tipos de liderazgo, la manera en la que te relacionas con los otros. A mí no me gusta el liderazgo tiránico, que eso viene mucho de los hombres, que plantan una energía de miedo, no de respeto, en el ensayo te tratan mal. Soy más del siglo XXI, de hacerlo entre todos.
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