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Una celebración del muralismo colombiano

En la historia del muralismo colombiano respira una semilla de libertad que ha resistido distintos intentos de censura. Obras como La liberación de los esclavos, de Ignacio Gómez Jaramillo, se conectan así con las apuestas de jóvenes de Medellín que hoy se resisten a que sus memorias terminen borradas.
La liberación de los esclavos, de Ignacio Gómez Jaramillo.
La liberación de los esclavos, de Ignacio Gómez Jaramillo.

Una celebración del muralismo colombiano

En la historia del muralismo colombiano respira una semilla de libertad que ha resistido distintos intentos de censura. Obras como La liberación de los esclavos, de Ignacio Gómez Jaramillo, se conectan así con las apuestas de jóvenes de Medellín que hoy se resisten a que sus memorias terminen borradas.

Con la eliminación de varios murales pintados por colectivos de artistas de Medellín, la alcaldía de esa ciudad, al tiempo que le asesta un grave asalto a la memoria histórica, pierde de vista el papel protagónico que artistas antioqueños, entre ellos Ignacio Gómez Jaramillo, jugaron en el desarrollo de la tradición muralista en Colombia. Nacido en Medellín (1910-1970), Gómez Jaramillo es quizás uno de los artistas antioqueños que de mejor forma representa la era de oro del muralismo colombiano, un movimiento artístico que sacudió el ambiente cultural, racial, intelectual y popular de Colombia en el marco de la República Liberal (1930-1946).

Iniciaba la década de 1930 y Colombia intentaba dejar atrás su autorrepresentación como nación hispánica heredada de los gobiernos de orientación conservadora impulsados por Rafael Núñez a finales del siglo XIX. A partir de esa década y hasta 1946, sucesivos gobiernos de corte liberal se propusieron retornar al mestizaje como mito fundacional de la nación y, a la vez, explorar una búsqueda de lo propio.

Para la consecución de estos propósitos, varios de estos gobiernos encontraron inspiración en las apuestas consignadas por el intelectual mexicano José Vasconcelos en su obra <i>La raza cósmica</i>. En este libro, publicado en 1925 (sí, este año se conmemora el centenario de su publicación), Vasconcelos, entre otras cosas, subrayó las potencialidades de los territorios tropicales y la imperiosa necesidad de cultivar las artes populares y autóctonas por parte de las naciones latinoamericanas.

En su condición de Ministro de Educación, el mismo Vasconcelos impulsó a una serie de artistas mexicanos, entre ellos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Clemente Orozco,  para que, a través de murales y pinturas en lugares públicos, ayudaran a romper con el elitismo del campo artístico y, al hacerlo, forjaran una cultura nacional propia. Estos artistas produjeron una serie de obras en las que exaltaron a líderes de la Revolución Mexicana, comunidades indígenas y sujetos campesinos como protagonistas destacados de la formación de la nueva identidad nacional mexicana.

Gracias a la histórica conexión existente entre México y Colombia, cuyos vínculos se pueden rastrear desde el mismo momento en que el primer país reconoció a Colombia como nación a comienzos del siglo XIX, estas propuestas artísticas circularon por el territorio colombiano. El mismo Vasconcelos, quien visitó Colombia en 1930, se encargó de compartirlas a través de conferencias que ofreció en varias ciudades del país. Otras veces, artistas colombianos se aproximaron a las apuestas del muralismo impulsado por Rivera, Alfaro Siqueiros y Orozco mediante viajes que realizaron a Ciudad de México.

Documentada está la incidencia que tuvieron los muralistas mexicanos en el universo creativo construido por los integrantes de Los Bachué, un movimiento que, bajo el liderazgo del pintor boyacense Rómulo Rozo, dio forma a una pincelada moderna que pulverizó el academicismo y naturalismo predominante durante varias décadas en las esferas del arte en Colombia.

Ignacio Gómez Jaramillo, precisamente, fue uno de los integrantes de Los Bachué que, con financiación del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), pasó por Ciudad de México en 1936. Dos años después, ya de regreso en Colombia, Gómez Jaramillo plasmó en las paredes del Capitolio Nacional, en Bogotá, dos de sus murales más destacados: <i>La insurrección de los comuneros</i> y <i>La liberación de los esclavos</i>. Mientras el primero, centrado en la insurrección comunera de finales del siglo XVIII, encajaba con el cariz popular que la Revolución en Marcha de López Pumarejo quiso imprimirle a Colombia; el segundo, en cierta forma, asumió un tono disruptivo frente al mestizaje blanco/indígena privilegiado por gran parte de la intelectualidad liberal colombiana.

Considerada por algunos historiadores del arte la primera obra representativa en centrarse en tales temáticas en Colombia, <i>La liberación de los esclavos</i> fue un canto a la libertad y a la visibilización de las experiencias de estos sujetos racializados. Aunque en este mural se proyecta la figura del presidente José Hilario López, en tanto firmó el decreto de abolición de la esclavitud, en 1851, Ignacio Gómez Jaramillo, aparte de incluir rostros de once figuras afrocolombianas, tiene el cuidado de destacar la presencia de un hombre negro con los brazos en alto y una mujer con un niño, acuclillada a sus pies, quienes son los que ejercen el reinando en el espacio del óleo.

Similar a las expresiones de censura experimentadas recientemente por los murales elaborados por jóvenes durante el estallido social, estos óleos de Gómez Jaramillo enfrentaron fuertes resistencias. Por ejemplo, el mismo año de su elaboración, integrantes del Concejo de Bogotá ordenaron tapar los frescos del capitolio, algo que diez años después, en el marco de la preparación de la IX conferencia panamericana, logró hacer el siempre sectario Laureano Gómez.

Pese a estas resistencias o tal vez por ellas, la idea de libertad volvió a estar presente en <i>La liberación de Antioquia</i>, mural pintado por Ignacio Gómez Jaramillo en el edificio de la Gobernación de Antioquia, en 1956. Parte de este espíritu libertario es el que sigue inspirando apuestas de jóvenes de Medellín que, en medio de los horrores por los que ha atravesado esa ciudad, su departamento y el país en general, se resisten a que sus memorias terminen siendo sepultadas, borradas. En momentos en los que el negacionismo histórico campea, en nombre de trayectorias como las construidas por Ignacio Gómez Jaramillo, las expresiones de los actuales muralistas colombianos, en vez de ser censuradas, deben ser celebradas.

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