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Giovanni Oquendo: un poeta que no vio su incendio

1 de junio de 2025 - 3:10 pm
Veinte años luego de su muerte, Giovanni Oquendo, precursor de la poesía punk en Colombia, no ha sido leído como merece. Esta carta da cuenta del legado ideológico y literario de un escritor marginal que complejizó la violencia de Medellín.
Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.
Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.

Giovanni Oquendo: un poeta que no vio su incendio

1 de junio de 2025
Veinte años luego de su muerte, Giovanni Oquendo, precursor de la poesía punk en Colombia, no ha sido leído como merece. Esta carta da cuenta del legado ideológico y literario de un escritor marginal que complejizó la violencia de Medellín.

Giovanni:

Hace veinte años partiste y hoy quiero invocarte. Estuve releyendo tus poemas, tus manifiestos, tus obras de teatro, tus textos híbridos y pude concluir que fuiste un escritor triplemente marginal en la ciudad más violenta del mundo. Porque eso fue Medellín a inicios de los noventa. La estética de tu obra —blasfema, íntima, tropelera, homoafectiva— tomó distancia de la mercantilización de la miseria, la violencia patriarcal y el antiintelectualismo que reinaban en los barrios populares de Colombia.

Escribo esta carta porque quiero contarte qué pasó con tu obra luego de tu muerte, a causa de esa enfermedad que preferiste mantener bajo llave hasta su etapa terminal, porque en los treinta y cinco años que viviste no hubo críticos literarios que mostraran interés por esos papeles que escribiste a puño y letra, porque algunas revistas te han reducido a la etiqueta exotista de poeta maldito y fuiste más que eso, y porque el punk medallo, ese movimiento contracultural que ayudaste a crear, está cumpliendo cuarenta años de existencia.

Cuando era cotidiano esquivar cadáveres en las calles periféricas de tu ciudad, muchos artefactos culturales —canciones, películas y novelas— comenzaron a plagarse de estereotipos y medias verdades para darle a los sedientos de exotismo lo que venían a buscar. Tú nunca elegiste el capitalismo gore como medio creativo por dos razones sencillas: porque algunos de los que veías entumecidos en el asfalto de Castilla, tu barrio, eran tus amigos y vecinos, y porque sabías que la vida popular trasciende de la muerte.

Tus breves tratados para atacar la realidad, reunidos en el libro póstumo Manifiesto punk tercermundista y otras blasfemias, publicado por La Valija de Fuego en 2016 y reeditado en 2018, no vendían a Colombia como un paraíso macondiano ni como un gueto de seres unidimensionales hambrientos de sangre. Lo tuyo no era la literatura aupada por las instituciones. No estabas en la orilla de Gabriel García Márquez ni en la de Jorge Franco.

Tus textos, que proponen un diálogo entre referentes aparentemente lejanos (el punk anglosajón y la poesía simbolista francesa), complejizan las dinámicas del barrio para hacer ver que nadie es, del todo, un demonio o un ángel encendido.

Recuerdo con especial agrado el panfleto que le espetaste al cineasta Víctor Gaviria cuando filmó en tu barrio la película Rodrigo D, No Futuro (1990). Mientras él paseaba en el Festival de Cannes exhibiendo la crudeza de la vida barrial en Medellín, tú escribiste un ensayo que cuestionó cómo él había ligado a los punkeros al robo y al sicariato: «Un cineasta con vista de carroñero comprende que, además de cocaína, se podía exportar pornomiseria del tercermundo».

Si te ofendiste con el resultado de aquella película fue porque sabías de primera mano, al ser bajista de la emblemática banda Desadaptadoz, que el punk sirvió como refugio creativo y psíquico para cientos de jóvenes que no quisieron vender su alma al diablo, que prefirieron seguir en la pobreza antes que disparar desde una moto. Como dijo tu amigo Robert, el hombre que recibió en una valija tus papeles sueltos antes de morir: «El mundo era para nosotros una basura, y el punk fue lo único que nos pudo rescatar de esa basura».

No tengo claro si te hubiese importado la difusión y la crítica de tu trabajo literario. Lo único que sé, por medio de tu amigo Robert, es que sentías un miedo ansioso y salvaje de morir sin haber concluido la obra que empezaste. Esa pulsión de muerte atraviesa tus textos como un buitre oscuro que merodea sin tregua. Falleciste el 22 de septiembre de 2005, y hasta hoy no sabemos si lograste terminar tu primera novela. Algunos la han descrito como la primera novela punk escrita en Medellín; otros, como el testimonio más hondo de tu experiencia homoafectiva. Pero nada de eso puede confirmarse: la persona que la conserva se ha negado a compartirla con la editorial que rescató tu obra. Lamento esa retención, y también otra cosa: que no hayas alcanzado a ver la expansión acéfala y febril que vivió el punk justo después de tu partida.

Por esos años, el pensamiento anarquista se infiltró con fuerza impetuosa en la escena local. Si a finales de los años ochenta los jóvenes de barrios obreros remaban para conseguir instrumentos y hacían colectas para comprar discos, en el nuevo milenio ya contaban con una red de contactos transfronteriza que les permitía viajar y conocer qué pasaba afuera. Los que aterrizaron en España notaron que en los conciertos había mesas de contrainformación, con fanzines, panfletos y libros que recogían las luchas anarcosindicalistas. Incorporaron esa práctica al regresar al país. Algo similar sucedió cuando conocieron las formas de resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México y los grupos anarcopunk en Venezuela, como Los Dólares y Apatía No, que concebían la música como un medio de propagación ideológica.

Quiero contarte, Giovanni, que yo soy hijo de esa primavera anarquista. De ese momento en que el punk logró salir del ensimismamiento adolescente y logró conectarse con el movimiento social. ¿Qué habrías hecho en las jornadas pedagógicas de objeción de conciencia al servicio militar o en los plantones contra la tauromaquia? No te imagino como líder político de la revuelta, sino como creador de los procesos culturales que contagian la sed de revuelta. Si en los conciertos de punk optabas por montar performances teatrales, algo que nadie vio venir en la época, ¿qué te habrías inventado frente a las plazas de toros o batallones militares?

Hay algo más que me inquieta. Por los estudios de los académicos Josef Amón Mitrani y David Martínez Houghton supe que una parte importante de tu obra sigue inédita: dos piezas teatrales, tres guiones para performances y más de cuarenta letras de canciones. Durante un tiempo creí que esa reserva respondía a un acto de censura familiar, pero hablando con tu editor póstumo, Marco Sosa, entendí algo más complejo. Me dijo que editar tu obra fue como desenterrar un cadáver por partes para reconstruir un Frankenstein. Que tus poemas hablaban con una crudeza que hirió a quienes más te habían amado: algunos de tus familiares.

Y que, en un impulso de rabia y desconcierto, ellos decidieron desaparecer parte de tus textos. No para silenciarte, sino para encajar el golpe. Querían preservar al Giovanni tierno y amoroso de los días domésticos. No sabían aún cómo hacer un lugar para el otro: el que se defendía como un animal acorralado cuando sentía el peso autoritario de la sangre.

Lo admirable es que, años más tarde, cuando tu obra empezó a ser solicitada por este editor, la familia no se cerró. Colaboraron activamente en su reconstrucción. Sin ese gesto de perdón, no existiría tu libro póstumo (mil cien ejemplares vendidos), ni habrías sido traducido al inglés, ni se estarían preparando nuevas ediciones. A finales de 2025 o comienzos de 2026, La Valija de Fuego lanzará una nueva edición del Manifiesto punk tercermundista y otras blasfemias, con una obra de teatro, poemas y canciones hasta ahora inéditos.

Me gusta pensar que, al final, algo de tu incendio interno se convirtió en calor compartido.

Los académicos que mencioné me permitieron ver con claridad diáfana cómo opera tu voz en tus textos: primero liberas tus dolores y añoranzas atascados en el cuerpo para luego hacer un llamado a la acción colectiva. Construyes un yo público. Decides desdoblarte para gritar: «yo es otro». Toda revolución, pensaba Rimbaud, debería comenzar por ese grito: «yo es otro». Esto quiere decir que el poeta se despoja de la rigidez de su propia identidad para convertirse en un receptáculo en el que confluyen múltiples voces. Desde ese punto de vista, el «yo» se descompone para canalizar las vivencias de su entorno. Tú fuiste el receptáculo de la juventud disidente de los barrios populares de Medellín.

Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.
Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.

No poseo el grito del guerrero
Que con valentía degüella y asesina en el campo de batalla,
En su lucha patriota, racional y proletaria,
Mis fuerzas son irrisorias.
Sus ideales humanísticos, nobles y de buen abolengo
Envilecen a esta alma manchada
Que no tiene conciencia de caballero ni espíritu de entrega.

No soy fiel ni a mi propia sombra
Y si he de empuñar un arma
Será contra todos ustedes,
Héroes y mártires de la patria,
Padres y madres, amigos y hermanos.
Las bayonetas, el fusil,
La viril guerra de los hombres
Y sus estériles luchas me tienen sin cuidado.

Los jóvenes revolucionarios he de admirar,
Los amo en sus ciegos ardores,
En sus esperanzas de un mañana mejor,
En su esplendor paranoico
Precipitando en la sinrazón de la contienda
A la vida, la juventud y a la belleza.

Como todos, me he visto obligado a tomar un partido
Y el mío es la traición, la no entrega.
Pertenezco a todos los bandos
Y valido todas las posturas,
Voy en busca de las víctimas,
De los pisoteados, de los prisioneros,
De los que pierden y permanecen humillados esperando la revancha,
Les laco las heridas y les aflojo las ataduras
Para que logren su cometido.

Sé claramente a que ejército obedecer,
Al de las pasiones y los sueños,
Y rezo a los astros escuchando los gritos de los hombres de batalla
Que desfilan con sus escudos, uniformes y armas hacia la lucha

—«Sin Dios ni Ley»

Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.
Imágenes extraídas del libro Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, cortesía de La Valija de Fuego. Edición de Nicolás Consuegra.

El único libro que recoge tu obra, Manifiesto Punk Tercermundista y otras blasfemias, fue publicado hace nueve años. Consulté en las librerías del país y no encontré una sola copia. Te has convertido en una figura de culto para el movimiento punk nacional y en una referencia ineludible para ciertos académicos que estudian las intersecciones entre el rock underground y la literatura. No obstante, tu nombre no es recordado en las instituciones culturales, las grandes editoriales y los lectores literarios. ¿Qué opinarías de ese panorama? Prefiero evitar suponer tu respuesta, porque tengo claro que el pensamiento es líquido, fluye y se bifurca con el paso del tiempo. Lo que hoy es objeto de deseo mañana puede ser blanco de odio.

Aprovecho esta invocación para reivindicar a otros poetas punk que se atrevieron a cuestionar la moral de su época, abrazando la expresión sensible e intelectual a pesar del rechazo de los sectores más puristas de la escena. Mientras escribo me pregunto el porqué de esa necesidad, de esa insistencia, de esta carta.

Quiero contarte que anoche estuve en un concierto público en la Plazoleta La Florida de Bogotá, financiado por la Secretaría de Cultura, con la participación de varias agrupaciones de punk. Salí con un sabor agrio en la boca. Decenas de punkeros alcoholizados y drogados buscaban estrellarse contra el mundo sin más. Un aire de peligro envenenó el ambiente. No percibí gestos de cuidado entre desconocidos ni articulación de luchas. Era la rebeldía reducida a crestas coloridas, baretos y muecas.

El punk pierde todo su fuego transformador cuando se limita a la pose del chico malo. Las formas de resistencia e imaginación se agotan si los cuerpos se autodestruyen. Esta postal deprimente es la imagen estereotipada que muchas personas tienen del movimiento. Por eso creo justo exponer la parte del punk que sí me interesa: aquellas líneas de fuga que, por medio del trabajo autogestionado y la creación con aspiración artística, permiten imaginar una vida que trascienda del deseo capitalista.

Jaime López, mejor conocido como Jimmy Jazz, es uno de esos poetas que vale la pena descubrir. Tú lo conociste durante los crudos años ochenta y hoy, cuatro décadas más tarde, sigue en pie sobre las tablas. Este matemático y químico egresado de la Universidad de Antioquia, también profesor en esta institución, ha desarrollado una de las obras más enigmáticas y prolíficas de la literatura marginal colombiana: cerca de 750 canciones y dieciséis libros en formato PDF para distribución gratuita, que incluyen un manual de artes marciales.

Él apostó por una operación similar a la tuya: juntó binomios aparentemente desconectados para crear textos que penetran en lo más hondo de la realidad social colombiana. Echó mano principalmente de la ironía y el desparpajo afilado de dos cantantes punk (Evaristo Páramos de La Polla Records y Jello Biafra de Dead Kennedys) y de la literatura de dos autores proscritos (Milan Kundera y José María Vargas Vila).

En sintonía con tu espíritu, Jimmy Jazz no aspira a la bendición de la industria cultural. Le basta con dar rienda suelta a sus flujos de conciencia y autopublicarse, sin esperar progreso económico ni anhelar entrar en el panteón nacional de las letras. Esa misma ética de trabajo se evidencia en investigadores de la escena punk medallo, como Carlos Bravo y Don Vito, y agrupaciones bogotanas con aspiración artística, como Lupus y Muro.

A fuerza de buscarte en tus papeles, Giovanni, he comprendido que el punk es una forma de habitar lo insoportable. Que tu obra no fue la de un poeta maldito, sino la de un escritor que entendió las amenazas contra la libertad humana y, como acto de justicia, quiso dejar constancia del daño. Leí tus textos hasta comprender que no pedías conmiseración ni reclamabas posteridad. Pedías una sola cosa: no enmascarar el dolor. No mentir. Hay escritores, como tú, que no ayudan a cerrar ciclos: abren fisuras. Que escriben con la convicción de que el dolor, cuando se nombra, es uno de los medios más directos para alcanzar la luz. El amor por la vida que se escapa.

Esta carta tuvo como insumo el artículo académico «La poesía punk de Giovanni Oquendo. Dialéctica de lo íntimo y lo público contra el exotismo y la simplificación de la violencia», escrito por los profesores Josef Amón Mitrani y David Martínez Houghton, y una entrevista realizada a Marco Sosa, editor de La Valija de Fuego.

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