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Paisajes de la guerra

La guerra está llena de aristas, detalles y relieves que no vemos través de las pantallas y los titulares. Jhon Jairo, un artista y exsoldado, nos revela con sus pinturas lo que no hemos sido capaces de ver.
Muerte por desconfianza. Parte I. Jhon Jairo.
Muerte por desconfianza. Parte I. Jhon Jairo Camacho. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF

Paisajes de la guerra

La guerra está llena de aristas, detalles y relieves que no vemos través de las pantallas y los titulares. Jhon Jairo, un artista y exsoldado, nos revela con sus pinturas lo que no hemos sido capaces de ver.

Un caballo con las costillas marcadas, abandonado a su destino; cuatro mujeres cargando un cadáver en una sábana blanca manchada de sangre; unos pies sobresaliendo de una tumba cavada con prisa; un río fronterizo y un árbol que sobrevive en pie en medio de un bosque talado; una canoa que flota con cuatro muertos y un atardecer de arreboles de fondo, frente a un laboratorio de coca. 

Estas escenas forman parte de la exposición La guerra que no hemos visto, una serie de más de cuatrocientas pinturas, resultado de los talleres patrocinados por la Fundación Puntos de Encuentro, liderada por el artista visual Juan Manuel Echavarría. Los talleres se extendieron de 2007 a 2009, y su resultado es un confesionario de imágenes coloridas y aterradoras que nos sacan del letargo y les devuelven el sentido a palabras como paz, guerra y memoria, tan desgastadas por el uso y el abuso. 

Juan Manuel Echavarría llevaba diez años recorriendo el país, «aprendiendo con los pies», dice, y recopilando piezas para armar el rompecabezas de la guerra en Colombia, que ha ido plasmando en diversas series: Retratos (fotografía, 1996), Corte de florero (fotografía, 1997), Escuela Nueva (objetos encontrados, 1998), Bandeja de Bolívar (video y fotografía, 1999), La María (objetos coleccionados, 2000), El testigo (fotografía, 2000), Guerra y paz (video, 2001) y Bocas de ceniza (video, 2003-2004). 

En una de sus andanzas, en 2006, había visitado la Casa Cultural de La Ceja, en Antioquia, donde se encontró con una muestra de pinturas de algunos excombatientes de las Autodefensas Unidas de Colombia que se habían desmovilizado con la ley de Justicia y Paz. Esas imágenes le detonaron la idea de hacer unos talleres de pintura junto con Fernando Grisales, artista plástico e investigador, y Noel Palacios, músico y víctima de la masacre de Bojayá. 

Al principio, los talleres se realizaron con excombatientes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Sin embargo, faltaba una parte del relato: la de los soldados. Así fue como en 2008, Juan Manuel y su equipo llegaron al Batallón de Sanidad del Ejército Nacional, en Bogotá, para invitar a un grupo de soldados heridos en combate a participar en los talleres. Entre ellos estaba Jhon Jairo, quien, sin dudarlo, dio un paso al frente. 

Jhon Jairo nació en Solita, el municipio más joven del Caquetá, que lleva el nombre de una quebrada bautizada así por los indígenas Macaguajes. Era una inspección remota de difícil acceso, en medio de todos los verdes posibles de la altillanura amazónica, hasta que en la década de los ochenta llegó la bonanza cocalera, y con ella los trabajadores y los grupos armados al margen de la ley. Jhon Jairo provenía de una familia campesina numerosa, dedicada a la siembra de coca, y desde pequeño aprendió el oficio de sembrar, raspar, procesar y vender. Muy pronto comprendió que la educación no era una opción en ese territorio olvidado y se convirtió en un andariego. Le decían El Loco. 

Andaba solo, de aquí para allá, sembrando, raspando y dibujando en una libreta escenas de su vida, como fotogramas de una película. En esas selvas tropicales habitaba la manta blanca, el temido mosquito causante de la leishmaniasis, una enfermedad que, además de ser cruel, conlleva fuertes estigmas. Jhon Jairo contrajo la enfermedad y fue como si el mosquito le hubiera inoculado una idea: quería cambiar de vida y, para ello, necesitaba la libreta militar. Así que se dirigió al batallón, donde había dos filas: una para comprarla y otra para enlistarse. Un paisa, que venía desmovilizado de las autodefensas, lo convenció de unirse, diciéndole que el ejército era como vacaciones para ellos. Ya siendo soldado, contrajo una enfermedad que prefiere no nombrar, y fue así como llegó al Batallón de Sanidad.

Dieciocho años después de haberse conocido en los talleres de la Fundación Puntos de Encuentro, nos encontramos con Jhon Jairo —quien prefiere reservarse su apellido— y con Juan Manuel Echavarría en el estudio del último, sede de la Fundación, en el corazón de La Candelaria, Bogotá. Estas son las historias sobre la guerra que me contaron y que estuvieron guiadas por las pinturas del exsoldado, así que esta conversación pictórica es también con ellas.

 

Ecología. Jhon Jairo 2009
Ecología. Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 70 cm x 100 cm

JHON JAIRO: El hospital era muy aburrido. Había un montón de gente enferma, con amputaciones de las dos piernas, ciegos, sin brazos, y muchas enfermedades. Yo estaba ahí, bien aburrido, en un salón cuadriculado con muchos camarotes, un televisor, rodeado de toda esa enfermedad y con pocas cosas para salir de la rutina.

Un día llegó el comandante, nos formó y nos invitó a participar en un taller de pintura. Los que estaban interesados debían pasar al frente. Yo salí de una.

Nos entregaron una tablilla de madera, de 50 por 35, y nos estrellamos. Estábamos cerrados a la idea de contar nuestra vida. Lo primero que dibujé fue un corazón con formas orgánicas. Los otros muchachos pintaban a Garfield el gato, pelotas de fútbol, flores, cosas así, porque no había confianza. Pero llegó un punto en que comenzamos a entender el verdadero sentido del taller.

La primera pintura que hice fue de un recuerdo en el Caquetá. Era un lugar donde no se veía el río porque estaba tapado por una montaña, y de repente, de un día para otro, ya podía ver el río. Todos los árboles estaban mochados, quemados, mutilados, para poder sembrar coca.

En ese entorno tenía amigos raspachines con quienes compartía, pero siempre me gustaba andar solo. En mi finca, siempre tenía a mano una libreta pequeña en la que dibujaba. Di muchas vueltas: del Caquetá me fui al Putumayo, luego al Cauca, y terminé en Tumaco, en Nariño. Siempre siguiendo el mismo proceso: raspar hojas de coca, sembrar coca, dejar un pedazo de tierra y empezar de nuevo en otro lugar. En ese momento, había una especie de migración cocalera y uno siempre iba detrás de ella. Finalmente, llegué a la frontera colombo-ecuatoriana, donde me asenté en el entorno del narcotráfico. Allí sembré y viví muchas experiencias. Siempre fui incitado a unirme a diferentes grupos guerrilleros. Entendí bien el tema, el concepto de ellos, pero nunca me gustó.

JUAN MANUEL: Cuando les pedía que pintaran sus historias sobre lo vivido en la guerra, siempre les decía que yo había vivido en una burbuja en Bogotá y quería saber qué era la guerra en el campo, qué experiencias habían tenido y cómo habían sobrevivido. Eso era lo que me interesaba: que, a través del pincel, nos contaran sus historias. Lo que resultó ser muy fascinante, y algo que nunca imaginé, es que el pincel les devolvió la palabra.

Ellos contaban su historia en primera persona, porque en el grupo no hay una narrativa en primera persona, sino que es «nosotros». Al pintar, volvieron a rescatar el «yo»: «Yo viví esto», «A mí me pasó esto», «Yo vengo de esta familia», «Yo lloré», «Yo lo maté». Pudieron recuperar su voz, su voz en primera persona.

Al principio, pintaban palomas, su casita de campo, la vaca, el perrito, el árbol florecido. Pero con el tiempo, y una vez construida la confianza, crearon obras significativas.

En la exposición de la Casa Cultural de La Ceja, vi que pintaban en tablillas y pensé: ¡esto es una maravilla! En las tablillas, podían ir armando sus historias como un rompecabezas: una, dos, cinco, ocho, diez, treinta tablillas. Así fue como fueron reconstruyendo los rompecabezas de su memoria.

El proceso de la elaboración de la coca. Jhon Jairo 2009
El proceso de la elaboración de la coca . Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 70 cm x 100 cm 

JHON JAIRO: Este es el proceso para sacar la base de coca. El señor está con la guadaña picando la hoja. Después de picada le echan cemento, cal, urea. La llevan a unas timbas llenas de gasolina, ahí esperan un tiempo, de vez en cuando se revuelven las canecas, después de un tiempo les abren las tapas por debajo para que salga la gasolina y caiga a otra caneca. Las hojas quedan empapadas de gasolina, hay una persona que las escurre, una persona que la prensa;, mejor dicho, sacándole la última gota de gasolina. Después le echan ácido sulfúrico con agua, eso hace que la coca se separe de la gasolina y quede en el agua. Después soda cáustica para dejar la base de coca. 

Y la hoja queda quemada, ya no tiene nada. 

La botan cerca de los caños, con el tiempo la hoja va soltando químicos y eso va cayendo a las aguas, esas aguas se dañan, ya no se pueden beber. 

La contaminación del medio ambiente. Jhon Jairo 2009
El proceso de la elaboración de la coca.Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 70 cm x 100 cm

JHON JAIRO: Yo viví parte de mi vida en el campo, raspando hoja de coca. Uno veía el momento en que de repente pasaba la avioneta y lo fumigaba hasta a uno, fumigaba lo que encontraba. En lugar de secar las matas de coca, muchas veces ni las mataba. Sí dañaba la coca, pero, al tiempo, volvía y retoñaba, y era mejor, más bonita. La destrucción por la fumigación daña todo lo que se siembra para el sustento de la familia en el campo: matas de plátano, yuca, piña… En el momento, todo se daña y luego viene la malformación de las plantas, porque ya los frutos no salían igual. 

Hasta las aguas las contaminaba, las volvía grasosas. Donde hay agua estancada, ahí es donde se produce la muerte de los pescados. Eso es como un líquido grasoso. 

Muerte a causa de la droga.Jhon Jairo. 2009
Muerte a causa de la droga. Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF . 70 cm x 150 cm 

JHON JAIRO: En la frontera con Ecuador llegaban todos a comprar gasolina, químicos, abonos y alimentos. Estaba esperando a un amigo cuando me di cuenta de que algo estaba pasando y era aquel pelado, Alexander, que venía con los guerrilleros y entraron a un kiosco donde siempre estaba el comandante con los guerrilleros. Yo vi que el muchacho salió y los guerrilleros lo llamaron y él fue y habló con ellos. Luego, en una cantina, él fue y compró una botella de ron y no sé qué fue lo que pasó ahí, pero cuando yo vi, fue que un guerrillero alzó el arma, le disparó en la cabeza por detrás, guardó el arma y se fue.

En ese entorno usted no se puede meter ni tocar a esa persona ni auxiliarla. Solo la familia tiene potestad para ir a socorrerla, entonces llegaron un grupo de mujeres y comenzaron a llamar a las personas que tenían carro al otro lado: «¡Fulano, ayúdenme!, ¡ayúdenme, por favor!», pero les decían que no, que no podían. Entonces, las señoras desesperadas, viendo que nadie ayudaba, fueron por una hamaca blanca y lo metieron como pudieron. La sangre se le escurría y las mujeres lloraban desesperadas. Llegaron hasta la orilla, pero nadie las quería pasar. Duraron como media hora hasta que un señor se atrevió y montaron ahí el cuerpo y lo pasaron a otro lado.  

  

La muerte del medioambiente. Jhon Jairo 2009
La muerte del medioambiente. Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 70 cm x 100 cm

 JHON JAIRO: La gente llega derribando, arrasando con todo. La selva en un momento se desintegra y la gente comienza a sembrar los cultivos ilícitos, la coca. Es como un medio más rápido de la gente conseguir un sustento económico, es lo más rápido porque sí da ganancias y muchas, pero mucha muerte atrás de eso… y la ley del silencio. El campesino no es consciente del daño. Campos inmensos abiertos por la destrucción y de lado a lado solo cultivos de coca. Y llega la contaminación, las fumigaciones y mejor dicho las tierras quedan que no sirven para nada. 

  

Venta de armas. Jhon Jairo.2009

Venta de armas. Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 140cm x 150cm
 

JHON JAIRO: Ese pueblito se llama Mataje, está en la frontera con Ecuador. Cada tres meses, unos ecuatorianos traían armas de Ecuador y las dejaban en un bar. La gente que quería comprar una escopeta o una pistola iba allí, las cambiaba por mercancías, por base de coca o daba dinero. Los más conocidos en ese lugar eran los que compraban mercancía y armas de gran calibre para la guerrilla. 

Todo el mundo sabía que existía un bar donde se compraba y se vendía, y uno de vago lo mantenía por ahí, en los bares, en las discotecas. Aquí yo me pinté, pues ese día fui, andaba con un negro que se llamaba Calixto. Yo estaba mirando una pistola, al final no la compré ni nada de eso, simplemente era como por mirar. 

La gente se hacía indiferente a lo que estaba pasando, cada uno con su cuento, tomando, divirtiéndose, haciendo negocios… Se veían mujeres de todo Colombia: paisas, caleñas, pastusas, del Caquetá. Solo entraban las más hermosas, allá ganaban mejor. La guerrilla les prohibía irse del bar, porque decían que las autodefensas o el ejército mandaban mujeres para hacer inteligencia. Les prohibían totalmente que se fueran o las castigaban; las ponían a hacer huecos en la tierra. Uno las veía con la pala sacando tierra bajo esos rayos de sol. 

Crónica de una muerte anunciada (Partes I). Jhon Jairo. 2009
Crónica de una muerte anunciada (Partes I – II). Jhon Jairo. 2009. Fundación Puntos de Encuentro. Pintura vinílica sobre MDF. 70 cm x 150 cm

JHON JAIRO: Esta es la finca de mi tío, sembrada con coca. Las FARC quisieron quitarle esta finca, que era muy próspera, y cada vez que lo iban a matar, su hija de 15 años lo abrazaba para protegerlo.

Él acuerda con el jefe guerrillero que le permita llevar a su hija donde la mamá, en la ciudad de Florencia (Caquetá), para luego él regresar y hablar con ellos sobre su finca.

Mi tío regresa a la finca. En el camino, un vecino le advierte que no vaya porque la guerrilla lo va a matar. Él no hace caso. La guerrilla lo mata en su finca y lo entierran en una fosa. Cuando su hija se entera de que lo mataron, ella se suicida.

A mi tío nunca le podremos dar una santa sepultura, es un desaparecido.

JUAN MANUEL: ¿Cómo te parece la belleza de esos árboles? Dentro de lo extraordinario está el hecho de que pintaron una geografía. Nos dejaron una geografía. A mí me impacta mucho que las atrocidades de la guerra estén dentro de un paisaje inmenso. Cuando miras una obra, tienes que llegar a esa atrocidad, pero primero ves el paisaje, donde sucedió el horror. En esa inmensidad de la naturaleza, la escala humana es diminuta.

JHON JAIRO: Juan Manuel vio el trazo, las formas que pintaba, el potencial, y me dio la oportunidad de estudiar a través de la fundación. Entonces estudié una carrera profesional en el área de Diseño en la Corporación Universitaria Unitec. Terminé esa carrera y me dieron otra beca para hacer una especialización en Pedagogía del Diseño en la Universidad Nacional. Trabajo en esta misma fundación, donde soy el encargado del área de diseño y conservación.

JUAN MANUEL: Hay un poema extraordinario, fuerte, maravilloso, de Gonzalo Arango. Se llama Elegía a Desquite. Desquite era un guerrillero de los años cincuenta. Ese poema me ha hecho pensar muchas cosas. Él dice que si no se abren oportunidades, seguiremos en las mismas. Lo escribió en los años sesenta y seguimos en las mismas. En esos territorios hay dos opciones: o me llevan a la guerra como combatiente, o me voy de raspachín, a raspar coca. ¿Qué opción tienen esos dos caminos? ¿Hacia dónde pueden llevar esos dos caminos? A un punto ciego.

Si yo hubiera nacido allá, en la selva, mi camino quizás hubiera sido en la guerra, pero tuve otras oportunidades. Entonces, si un muchacho de allá hubiera nacido donde yo nací, seguramente estaría hablando con usted.

JHON JAIRO: Haber conocido la pintura me cambió el contexto, la forma de pensar. Me ayudó a indagar en el concepto de la guerra, la memoria, a comenzar a escudriñar y entender a mi familia, el sufrimiento, entender sus recuerdos, sus tristezas. Sufren bastante al recordar. Ya se han apaciguado un poco las tristezas, pero siguen ahí.

Con la pintura me descubrí, me encontré. Yo siempre he dicho que fue una mala decisión ir al ejército, pero eso me llevó a otras cosas y ahora estoy acá. Si no hubiera tomado la decisión de ir al ejército, seguramente hubiera regresado al campo, al monte, a la aventura. Quién sabe dónde estaría hoy.

Hago parte de un proyecto de memoria histórica. Dejé unas pinturas como parte de la memoria de la guerra, que perdurarán cuando yo ya no esté. Son parte del rompecabezas de nuestra tragedia.

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